La “Peste Negra” fue, probablemente, la peor epidemia que afectó a Europa en toda su historia, pero ¿sabías que un santo se enfermó y sobrevivió con la ayuda de Dios?

San Roque nació en Montpellier a comienzos del siglo XIV y toda su vida estuvo atravesada por esta terrible enfermedad. En 1348, su ciudad natal sufrió brutalmente el golpe de la epidemia, lo que posiblemente inspiró su vocación de sanar a los enfermos.

El santo deseo de sanar a los enfermos

En la Edad Media existía la hermosa tradición de peregrinar a alguno de lugares santos, a saber, Jerusalén, Santiago de Compostela y Roma. Por eso, con cerca de veinte años, san Roque decidió ir al centro de la Cristiandad.

Si bien lo peor de la “Peste Negra” ya había pasado cuando el santo emprendió su viaje, diversas ciudades en el camino hacia Roma estaban atravesando un brote de la enfermedad.

Este fue el gran viaje que convirtió a san Roque en aquel santo al recurrimos para combatir las epidemias. Animado por un auténtico deseo de sanar a los enfermos contagiosos de la peste, Dios le concedió el increíble don de sanar a los infectados.

El santo trazaba sobre los enfermos la señal de la cruz e invocaba a la Santísima Trinidad para lograr su curación. Así llegó a Roma, donde tuvo la ocasión de curar a un cardenal y se dedicó con un increíble amor cristiano a consolar a los enfermos en los hospitales.

Luego de tres años, san Roque siguió su misión de ciudad en ciudad hasta que llegó a Piacenza, nuevamente al norte de la actual Italia.

La enfermedad y la asistencia divina

Fue en esta ciudad donde contrajo la peste en un hospital. No se sabe si fue expulsado o se alejó voluntariamente, pero el santo se dirigió a un bosque desierto y deshabitado para no contagiar a otros.

Allí pasó los terribles síntomas de esta enfermedad, pero Dios no lo abandonó. Según cuenta la tradición, san Roque no tenía qué beber ni qué comer, pero tenía lo más importante: su fe y la oración.

Rogó a Dios que lo ayudara, y el Señor le dio una respuesta. Hizo brotar milagrosamente una fuente de agua clara y fresca para que el santo bebiera y lavara su heridas.

Pero aún le faltaba el alimento, y esta es la razón por la que a san Roque siempre se lo representa con un animal a su lado. ¡Dios le envió un perro para que le llevara pan!

Cada día, el animal hurtaba una ración de pan de la cocina de una casa no muy distante y se lo llevaba para que se alimentara.

Hasta que un día, el dueño del perro, llamado Gotardo, se sitió extrañado por la acción de su mascota y la siguió. Así encontró a san Roque enfermo, y al reconocer en este increíble santo un hombre profundamente espiritual, Gotardo volvió cada día y se convirtió en su discípulo.

Finalmente llegó el día en que Dios creyó que ya era suficiente. Un ángel se le apareció en sueños y le dijo que se iba a curar. Además, le pidió que volviera a su lugar de nacimiento, Montpellier. ¡Y así ocurrió!

¡Asombroso! Aunque la enfermedad nos genere miedo y angustia, recordemos esta historia para saber que Dios está siempre con nosotros.

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