Es bien sabido que los primeros cristianos daban su vida por negarse a renegar de su fe. ¡Y esa valiente convicción también la tenían los niños! En efecto hubieron niños que también fueron martirizados a causa de su fe. Este es el caso del pequeño San Tarsicio, un niño de 11 años que dio su vida para evitar que profanen la Eucaristía.

San Tarsicio fue un niño cristiano que vivió en Roma a finales del siglo III en un contexto muy complicado para los creyentes. En aquel entonces el emperador Valeriano se convenció de que los cristianos eran enemigos del imperio e impuso leyes para hacerles la vida imposible.

«[…] Los obispos, presbíteros y diáconos deben ser inmediatamente ejecutados; los senadores, nobles y caballeros, perdida su dignidad, deben ser privados de sus bienes, y si aun así continúan siendo cristianos, sufran la pena capital. Las matronas, despojadas de sus bienes, sean desterradas. Los libertos del césar que antes o ahora hayan profesado la fe, confiscados sus bienes, y con el registro [marca de metal] al cuello, sean enviados a servir a los dominios estatales.» Caesar Publius Licinius Valerianus Augustus .

Esta ley provocó que el propio Papa Esteban I fuera capturado y martirizado delante de muchos testigos. El pequeño Tarsicio estuvo presente aquel trágico día y la imagen quedó fuertemente guardada en su alma. Desde entonces anheló algún día dar su vida por su fe al punto de decir “ojalá fuera hoy mismo”.

Algún tiempo después San Sixto II, sucesor de Esteban I, se encontraba celebrando la Santa Misa en las Catacumbas y vino a su corazón un profundo amor por los cristianos encarcelados quienes no podían ser fortalecidos espiritualmente por encontrarse privados de la Santa Eucaristía.  Por eso preguntó si entre los asistentes se encontraba algún valiente que se atreviera a llevarles el Cuerpo de Cristo. Muchas manos se levantaron, la de los ancianos, algunos jóvenes fornidos ¡y hasta los niños! Todos estaban dispuestos a morir llevando la Eucaristía a sus hermanos.

Entre la multitud también se levantó la mano del pequeño Tarsicio. Esto conmovió al Papa San Sixto II.

– ¿Tú también, hijo mío?, preguntó el papa.
– ¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años.

Ante tanta convicción, el papa guardó las Sagradas formas en un relicario y se las entregó a Tarsicio y este salió rápidamente a cumplir su misión sabiendo que estaba arriesgando su vida.

En el camino es interceptado por otros niños que no creían en Jesús.

– Hola, Tarsicio, juega con nosotros. Necesitamos un compañero.
– No, no puedo. Otra vez será, dijo mientras apretaba sus manos con fervor sobre su pecho.
– A ver, a ver. ¿Qué llevas ahí escondido? Debe ser eso que los cristianos llaman “Los Misterios”.

Es entonces que se produjo un forcejeo. Derribaron al pequeño Tarsicio y ponían sus piernas sobre su pecho para hacer palanca e intentar quitarle lo que llevaba. Otros niños le tiraban pedradas, pero Dios obró un milagro para que sus brazos quedaran herméticamente cerrados y y jamás pudieran abrirse.

Después de algunos momentos, pasó por allí un soldado converso al cristianismo llamado Cuadrado el cual conocía a Tarsicio. Al ver la escena corrió en su ayuda y los demás niños huyeron. El soldado tomó al niño  y lo llevó en sus hombros hasta la Catacumbas de San Calixto en la Vía Appia, pero al llegar el pequeño ya había muerto.

Domino Público.
Domino Público.

 

Al respecto, años más tarde el Papa San Dámaso escribió “queriendo a San Tarsicio almas brutales de Cristo el sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió entregar, antes que los Misterios celestiales”.

Actualmente se celebra la fiesta de San Tarsicio el 13 de agosto y es el Patrón de los Monaguillos y de los Niños de Adoración Nocturna.

[Ver: La increíble historia de la niña que literalmente amó la Eucaristía hasta la muerte]

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