San Francisco y Santa Jacinta representaron dos formas diferentes de vivir espiritualmente el mensaje de la Virgen de Fátima. Las visiones que estos hermanos tuvieron en 1917 les infundieron una conciencia de la gravedad del pecado de los seres humanos que los marcó en su corta vida.

San Francisco nació en 1908 y Santa Jacinta en 1910, ambos en Portugal. Tenían 9 y 7 años cuando tuvieron la primera aparición de la Nuestra Señora en Fátima mientras paseaban a sus ovejas. Ambos murieron de bronco-neumonía, él en 1919 y ella en 1920.

Durante los pocos años que transcurrieron entre las visiones y su muerte, estos pastores de Fátima fueron ejemplo elevado de las virtudes cristianas. El mensaje de la Virgen fue claro:

“Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas”. Y cada uno de ellos lo vivió espiritualmente de una manera diversa.

Dios, el pecado y las formas de reparación

Santa Lucía describe en sus memorias las diferencias en la piedad de cada uno de estos niños. Ambos encarnaron como pocos el amor a Dios. San Francisco buscando consolar al Señor por las ofensas de los hombres y santa Jacinta realizando sacrificios para la conversión de los pecadores.

“Mientras que Jacinta parecía preocupada con el único pensamiento de convertir a los pecadores y salvar almas del infierno, él parecía sólo pensar en consolar a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que le habían parecido estar tan tristes” comentaba la santa.

En tanto esperaban su encuentro definitivo con Dios, ambos pastores sufrieron los terribles síntomas de su enfermedad pero los entregaron al Señor con un propósito claro.

San Francisco: la contemplación y consolación de Dios

Cuenta santa Lucía que en la tercera aparición los tres pastores tuvieron una visión del infierno. Sin embargo, san Francisco fue el que menos se sorprendió por el sufrimiento que allí había.

“Lo que más le impresionó y absorbió era Dios, la Santísima Trinidad, en esa luz inmensa que nos penetraba hasta en lo más íntimo del alma” cuenta santa Lucía.

Y agrega que Francisco decía: “Estábamos ardiendo en aquella luz y no nos quemábamos. ¡Cómo es Dios! ¡No se puede decir! Esto sí que nadie lo puede decir. Da pena que esté tan triste. ¡si yo le pudiese consolar!”

La devoción de san Francisco por consolar lo acompañó durante su grave enfermedad y no la perdió en ningún momento.

Santa Lucía menciona que “Francisco se mostró siempre alegre y contento. A veces le preguntaba: – Francisco, ¿sufres mucho? – Bastante; pero no importa. Sufro para consolar a Nuestro Señor; y después, de aquí a poco iré al Cielo”.

Santa Jacinta y la conversión de los pecadores

“Hoy no quiero jugar. – ¿Por qué no quieres jugar? – Porque estoy pensando que aquella Señora nos dijo que rezásemos el Rosario e hiciésemos sacrificios por la conversión de los pecadores. Ahora cuando recemos el Rosario, tenemos que rezar las Avemarías y el Padrenuestro entero. ¿Y qué sacrificios podemos hacer?”

De esta manera recuerda santa Lucía a su pequeña prima santa Jacinta y la forma en que se desvivía por acercar a los pecadores a Dios. Según sus memorias, esta pequeña pastorcita tomó tan a pecho el sacrificio por la conversión de los pecadores que no dejó escapar ninguna ocasión.

Su verdadero objetivo en la vida era que los demás pudiera compartir aquel inmenso amor por el Señor y su Santa Madre.

“Pasaban así los días de Jacinta, cuando nuestro Señor le mandó la neumonía que la postró en cama, con su hermano. En las vísperas de la enfermedad decía: – ¡Me duele tanto la cabeza y tengo tanta sed! Pero no quiero beber para sufrir por los pecadores”, recuerda santa Lucía

 

¿Y tú qué harías hoy mismo si conocieras la tristeza de Dios por nuestros pecados? ¡Estos niños nos dan un ejemplo!

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