¿Conoces la asombrosa historia sobre el milagro eucarístico obrado por Dios a través de Santa Clara? Esta religiosa del siglo XIII logró derrotar a un ejército solo con el Santísimo Sacramento.

Santa Clara de Asís es especialmente conocida por su devoción a la Eucaristía y su vida de humildad, pobreza, sacrificio y oración. Entre los milagros documentados que ocurrieron en su vida, resalta el día que salvó a su convento y a la ciudad de Asís, mediante el poder del Santísimo Sacramento.

En “La Historia de Santa Clara, Virgen”, Tomás de Celano escribió:

“Por orden imperial, regimientos de soldados sarracenos y arqueros se establecieron allí (el convento de San Damián en Asís, Italia), amontonados como abejas, listos para devastar los campamentos y tomar las ciudades.

Una vez, durante un ataque enemigo contra Asís, una ciudad amada por el Señor, y mientras el ejército se acercaba a las puertas, los feroces sarracenos invadieron San Damián, entraron en los confines del monasterio e incluso en el claustro de las vírgenes.

Las mujeres se desmayaron de terror, sus voces temblaban de miedo mientras clamaban a su Madre, Santa Clara.

Santa Clara, con un corazón intrépido, les ordenó que la llevaran, aunque estaba enferma, hacia el enemigo, precedida por un estuche de plata y marfil en el que se guardaba el Cuerpo del Santo de los Santos con gran devoción.

Y postrándose ante el Señor, habló con lágrimas a su Cristo: “Mira, mi Señor, ¿es posible que quieras entregar en manos de paganos a tus indefensas siervas, a quienes he

enseñado por amor a Ti? Te ruego, Señor, protege a estas tus siervas a las que no puedo salvar yo sola en este momento”.

De repente, una voz como la de un niño resonó en sus oídos desde el sagrario: “¡Siempre te protegeré!”

“Mi Señor”, añadió, “si es tu deseo, protege también a esta ciudad que es sustentada por tu amor”.

Cristo respondió: “Tendrá que pasar por pruebas, pero será defendida por Mi protección”.

Entonces, la virgen, levantando un rostro bañado en lágrimas, consoló a las hermanas: “Les aseguro, hijas mías, que no sufrirán ningún mal; solo tengan fe en Cristo”.

Al ver el coraje de las hermanas, los sarracenos huyeron y regresaron sobre los muros que habían escalado, desanimados por la fuerza de aquella que oraba.

Y Clara inmediatamente amonestó a quienes escucharon la voz, diciéndoles severamente: “Tengan cuidado de no contarle a nadie sobre esa voz mientras yo aún esté viva, queridas hijas”.

Santa Clara de Asís, ¡por favor aumenta nuestra devoción a la Eucaristía!

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