Los únicos fines para el agua bendita son el santificar los momentos y objetos de nuestra vida, y repartir en ella los beneficios de la gloria de Dios.

En este sentido hay tres formas lícitas de usar el agua bendita según la Iglesia Católica: consagrar, bendecir y exorcizar.

Al consagrar, el agua bendita ayuda a apartar cosas y personas para Dios. Las reserva, o bien para su uso oficial en la liturgia, o para dedicar una persona al servicio del Señor.

Al bendecir, el agua comparte las bondades de Dios a las personas. Las salva de los pecados veniales e infunde en ellas su alegría.

En el exorcismo, el agua bendita es una herramienta útil para el combate contra el demonio. Hay que recordar que el sacerdote es el único autorizado para usarlo de esta manera.

Por ende, otro uso es ilícito y prohibido por la Iglesia. En ese sentido, el agua bendita no se puede tomar, ya que su objetivo no es saciar la sed del individuo.

También hay que recordar que tener agua bendita en la casa, si no es para bendecirse y purificarse de pecados veniales, no sirve para nada. No emite ni energía positiva ni nada mágico sobre la casa.

Usemos bien estos sacramentales, no como objetos supersticiosos, sino como un canal de gracia de Dios, nuestro Salvador.   

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