Un año antes del Concilio Vaticano I, inaugurado el 8 de diciembre de 1869, el Papa Pío IX indicó haber recibido más de 500 cartas de los obispos y fieles del mundo pidiéndole proclamar a San José como Patrono de la Iglesia.

Dentro de los que firmaron dichas cartas se encontraban 38 cardenales, 218 patriarcas, primados, arzobispos y obispos de todas partes del mundo.

Uno de los últimos cardenales en dar la petición fue Mons. Joaquín Pecci, el futuro Papa León XIII, quien también escribiría la primera encíclica pontificia sobre este santo.

Fue el 8 de diciembre de 1870 cuando el Papa Pío IX proclamó a San José Patrono de la Iglesia universal.

La proclamación coincidió con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción y se dio en tres Misas celebradas al mismo tiempo en tres basílicas papales: San Pedro, Santa María la Mayor y San Juan de Letrán.

Los motivos para esta decisión fueron 2 muy sencillas:

  1. Porque fue elegido por Dios como protector.
  2. Porque, así como protegió al Niño Jesús y a la Virgen, también está llamado a proteger a la Iglesia.

El 7 de julio de 1871, el Papa Pío IX escribió el Breve Inclytum Patriarcham donde indicó:

“El ilustre Patriarca, el bienaventurado José, fue escogido por Dios prefiriéndolo a cualquier otro santo para que fuera en la tierra el castísimo y verdadero esposo de la Inmaculada Virgen María, y el padre putativo de Su Hijo único. Con el fin de permitir a José que cumpliera a la perfección un encargo tan sublime, Dios lo colmó de favores absolutamente singulares, y los multiplicó abundantemente. Por eso, es justo que la Iglesia Católica, ahora que José está coronado de gloria y de honor en el cielo, lo rodee de magníficas manifestaciones de culto, y que lo venere con una íntima y afectuosa devoción”.

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