Chesterton es una de las más grandes mentes católicas del siglo XX. Su ingenio para escribir es reconocido por creyentes y escépticos, por eso sus libros siguen gozando de gran popularidad como textos espirituales e intelectuales.

Tal vez por su sabida intelectualidad a muchos les sorprenda saber que siendo adulto afirmaba creer en Santa Claus. De hecho, afirmaba esto para usarlo como un recurso para orientar la atención de su lector a aquél que nos trae no regalos pequeños en tiempos navideños, sino los grandes regalos que disfrutamos todos los días.

Disfruten de esta revelación de Chesterton:

“Ruego se me tenga como exceptuado ante la convicción dominante de nuestros contemporáneos de que el paso de los años termina con nuestra creencia en Santa Claus.

A mí me ha ocurrido exactamente lo contrario de lo que aparentemente le ocurre a la mayoría de mis amigos. En lugar de ir palideciendo su imagen hasta prácticamente desaparecer, Santa Claus no ha ido sino creciendo más y más en mi existencia al punto de prácticamente ocuparla por entero. Esto ocurrió del siguiente modo.

Siendo chico me encontré con un fenómeno que requería explicación; colgué una media vacía de la punta de mi cama que a la mañana siguiente apareció convertida en una media con un regalo adentro. Yo no había hecho nada para producir las cosas que estaban dentro. No había trabajado por esas cosas, ni las había hecho ni ayudado a fabricarlas. Ni siquiera había sido bueno—lejos de eso.

Y la explicación dada era que un cierto ser que la gente daba en llamar Santa Claus se hallaba dispuesto benevolentemente respecto de mi persona. Desde luego, la mayoría de la gente que habla de estas cosas suelen verse atacadas de un cierto estado de confusión mental a raíz del cual se les da por atribuir enorme importancia al nombre de esta entidad. Lo llamamos Santa Claus porque todo el mundo lo llamaba Santa Claus; pero el caso es que el mero nombre de una divinidad no pasa de ser una etiqueta. Su nombre verdadero bien podría haber sido Williams. Podría haber sido el Arcángel Uriel. Lo que nosotros creíamos era que un cierto ente de notable benevolencia había querido darnos esos juguetes a cambio de nada. Y, como digo, lo sigo creyendo. Sólo he ampliado la idea.

En aquél entonces solo me maravillaba pensando quién pudo haber sido el que había puesto los juguetes en la media; ahora me pregunto quien puso la media al lado de la cama, la cama en el cuarto, el cuarto en la casa, la casa en este planeta y el planeta en el vacío.

Hubo un tiempo en el que me conformaba con agradecerle a Santa Claus por un par de muñecos y algunas galletas, pero ahora le doy gracias por las estrellas y los rostros en la calle, el vino y el grandioso mar. Antes estaba encantado y admirado al encontrar un juguete tan grande que apenas si entraba a la media por la mitad. Ahora cada mañana estoy encantado y admirado de encontrarme ante un regalo tan grande que ni dos medias alcanzan para contenerlo—y luego, pasa que deja buena parte afuera: se trata del inmenso y absurdo regalo de mi propia persona, sobre cuyos orígenes no tengo sugerencia para formular a no ser la de que Santa Claus me lo regaló en un arranque de una muy peculiar y absolutamente fantástica benevolencia”. G. K. Chesterton (Diario Black and White).

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