El próximo domingo celebramos la Divina Misericordia y toda la semana es una ocasión para meditar en lo mucho que Cristo nos ama. ¿Te desesperan tus pecados? ¿Eres muy duro contigo mismo? Si es así, no desesperes y lee los siguientes consejos de San Francisco de Sales.

Muchas veces tropezamos con la misma piedra. Cada uno de nosotros sabe dónde le aprieta el zapato, y qué debilidades nos conducen a cada pecado. Por eso, puede ocurrir que ante un pecado reiterado perdamos la esperanza o entremos en un arrepentimiento destructivo.

Si te ocurre esto, ¡San Francisco de Sales tiene algo que decirte! En su obra Introducción a la vida devota, este santo nos aconseja sobre cómo tener más dulzura para con nosotros mismos a la hora de corregirnos.

Consejos para no autodestruirte por tus pecados ni desesperar de la Misericordia de Dios:

1. “Una de las mejores prácticas de la dulzura, en la cual nos deberíamos ejercitar, es aquella cuyo objeto somos nosotros mismos, de manera que nunca nos enojemos contra nosotros ni contra nuestras imperfecciones, pues si bien la razón quiere que, cuando cometemos faltas, sintamos descontento y aflicción, conviene, no obstante, que evitemos un descontento agrio, malhumorado, despechado y colérico”.

2. “El disgusto por nuestras faltas ha de ser tranquilo, sereno y firme; porque, así como un juez castiga mejor a los malos dictando sus sentencias, según razón y con ánimo tranquilo, que dictándolas con impetuosidad y pasión, pues entonces no castiga las faltas por lo que éstas son, sino por lo que es él mismo”.

3. “Así como las reprensiones de un padre, hechas dulce y cordialmente, tienen más eficacia para corregir que los enfados y los enojos; así también, cuando nuestro corazón ha cometido alguna falta, si le reprendemos con advertencias dulces y tranquilas, llenas más de compasión que de pasión contra él, y le animamos a enmendarse, el arrepentimiento que concebirá entrará mucho más adentro y le penetrará mejor que no lo haría un arrepentimiento despechado, airado y tempestuoso”.

4. [Al corazón] “Preferiría corregirle de una manera razonable y por el camino de la compasión: ‘Animo, pobre corazón mío. He aquí que hemos caído en el precipicio que tanto habíamos querido evitar. ¡Ah!, levantémonos y salgamos de él para siempre; acudamos a la misericordia de Dios y confiemos en que ella nos ayudará, para ser más resueltos en adelante, y emprendamos el camino de la humildad. ¡Valor! seamos, desde hoy, más vigilantes; Dios nos ayudará y podremos hacer muchas cosas'”.

5. “Cuando tu corazón caiga, levántalo con toda suavidad, y humíllate mucho delante de Dios por el conocimiento de tu miseria, sin maravillarte de tu caída, pues no nos ha de sorprender que la enfermedad esté enferma, ni que la debilidad esté débil, ni que la miseria sea miserable. Detesta, pues, con todas tus fuerzas, las ofensas que Dios ha recibido de ti, y, con gran aliento y confianza en su misericordia, emprende de nuevo el camino de la virtud, del que te habías alejado”.

Y recuerda, cuando te arrepientas de tus pecados ¡la Misericordia de Dios está siempre esperándonos!

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