La Iglesia nos enseña que todo cristiano tiene tres formas de expresar la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa.

El primer tipo de oración es la más común, aquella en la que utilizamos palabras. Los seres humanos, por nuestra propia naturaleza de cuerpo y espíritu, necesitamos traducir exteriormente nuestros sentimientos (CIC 2702). De hecho, Jesús mismo nos enseño cómo rezar el Padre Nuestro.

La meditación, por su parte, está más ligada a la búsqueda de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para responder a la voluntad de Dios. Por eso habitualmente se hace con la lectura de algún libro. La Lectio Divina es la meditación por excelencia.

Sin embargo San Juan Crisóstomo decía: “que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas”. Esto significa que la forma de encontrarse con Dios, quizás la más importante, es aquella que busca la unión con Jesús. En esto consiste la contemplación.

¿Qué es la oración contemplativa?

La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado. (CIC 2712)

Como menciona Thomas Merton en su obra La oración contemplativa, en este tipo de oración “buscamos en primer lugar el mayor campo de nuestra identidad en Dios. No razonamos sobre los dogmas de la fe, o sobre ‘los misterios’.

La oración entonces significa el anhelo de la sencilla presencia de Dios, la comprensión personal de su palabra, el conocimiento de su voluntad y la capacidad para escucharle y obedecerle. Es algo mucho más que peticiones formuladas en favor de nuestras más profundas preocupaciones”.

¿Qué se necesita?

La oración contemplativa necesita tiempo y disposición. “No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro.

El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe”. (CIC 2710)

La segunda condición especial es el silencio, que es la condición para experimentar la cercanía de Dios y hallar la paz en su presencia.

“Las palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús” (CIC 2717)

¿Y hay que hacer algo en especial?

La oración contemplativa no tiene una técnica. “La entrada en la contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: ‘recoger’ el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama, para ponernos en sus manos como una ofrenda que hay que purificar y transformar (CIC 2711).

¡Anímate a probar esta forma de estar en presencia de Dios! 

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