La enfermedad, el aislamiento y la muerte son realidades que acompañaron la historia de la humanidad e hicieron que los hombres nos preguntáramos, ¿dónde está Dios en este dolor?

Si te has hecho esta pregunta, hay una respuesta. El arzobispo de Los Ángeles, Mons. José H. Gómez, escribió para ACI Prensa un artículo titulado “Amor en un tiempo sin abrazos”. Allí no regala algunas líneas para interpretar este momento de prueba a la luz del Evangelio.

Aquí compartimos unos extractos de sus importantes reflexiones.

Dios, la enfermedad y el amor

“He estado reflexionando acerca de esta historia y preguntándome: si Dios está hablando a nuestros corazones en este desierto, ¿qué es lo que nos está diciendo? Es una pregunta que escucho que mucha gente se plantea con angustia: ¿Dónde está Dios?, ¿cuáles son sus designios en este tiempo del coronavirus?

Nuestra fe nos enseña que Dios no causa el mal, pero sí lo permite, siempre con la intención de sacar algo bueno de él. Los caminos de Dios pueden seguir siendo siempre misteriosos para nosotros, pero podemos confiar en su amor por su creación y en su amor por cada uno de nosotros”.

Sabemos que su amor es verdadero porque hemos visto el corazón de Jesucristo.

“Jesús vino a nuestro mundo a traer la salud. A cada lugar a donde iba, Él llevaba el amor de Dios a la gente que estaba ciega y sorda, paralítica y discapacitada, a los epilépticos y a los leprosos, a aquellos que padecían dolor y sufrimiento crónicos.

Jesús pasó por este mundo con su corazón abierto a la compasión y con sus manos listas para servir a los demás, por amor.

Él les dice a sus seguidores, de aquel entonces y a los de ahora: ‘Les he dado un modelo a seguir, para que, lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan’.

A ejemplo de Jesús, los primeros cristianos amaron en una época de plagas y epidemias.

Cuidaron a los enfermos, enterraron a los muertos y consolaron a los afligidos, a menudo con gran sacrificio y riesgo para sus propias vidas.

A lo largo de la historia de la Iglesia, algunos de nuestros más grandes santos han estado al servicio de los enfermos. Estos días he estado reflexionando mucho acerca de San Damián y de Santa Marianne Cope, que atendieron a los leprosos en Molokai y en la Santa Madre Teresa, atendiendo a los enfermos y moribundos de Calcuta”.

La santidad en el anonimato

“Hay santos que se están forjando en nuestra crisis actual. Nunca sabremos sus nombres o sus historias, pero sé que recordaremos estos días como un tiempo en que hombres y mujeres realizaron hermosos actos de valor y de amor por su prójimo.

Estoy pensando no solo en los médicos y enfermeras, o en los sacerdotes, en las monjas y los laicos que sirven a a los enfermos y a los moribundos. Se están forjando también santos entre las madres y los padres que mantienen viva la esperanza en Dios para sus hijos en un tiempo en que hay que ‘refugiarse en casa’.

Le rompe a uno el corazón que ésta sea nuestra realidad. Pero incluso en un tiempo en el que no podemos darles un abrazo a nuestros seres queridos, aún podemos amar. Y debemos amar. Podemos amar, incluso a una “distancia social”, incluso a través de llamadas telefónicas y de plataformas de redes sociales. Podemos orar los unos por los otros, podemos ofrecer sacrificios, podemos escuchar con comprensión.

¿Dónde está Dios en esta pandemia? Los santos siempre responden: donde hay amor, allí está Dios. Entonces, amemos”.

[Ver: Rudolf Allers: el psicólogo católico que explicó los males del siglo XXI]

[Ver: ¿Hasta qué punto un católico puede “amar” a sus mascotas?]

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