Para tener una buena confesión, hay que seguir cinco pasos: examen de conciencia, contrición de los pecados, propósito de enmienda, confesar todos los pecados y cumplir la penitencia.

Lamentablemente, tanto penitentes como sacerdotes podemos fallar al recibir o administrar este sacramento.

En el caso del penitente, uno de los errores más frecuentes es ignorar un paso esencial: la contrición.

Desde hace unos 500 años, la Iglesia Católica definió la contrición como “un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar” (Concilio de Trento: DS 1676).

El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) nos recuerda que la contrición es la honesta conciencia de la gravedad del error que se cometió (CIC 1451).

Cada pecado nos hace daño a nosotros mismos y muchas veces pecamos contra nuestro prójimo. Siempre es necesario reconocer que, al final de cuentas, con cada pecado faltamos el respeto a Dios, el centro de nuestra vida (CIC 387).

La contrición no es solo un sentimiento de tristeza, sino que nos debe llevar a recuperar la conciencia sobre la falta que cometimos (CIC 1455).

La clave es no quedarnos en sentirnos mal por nuestros pecados, sino poner manos a la obra y enmendar nuestros errores. El arrepentimiento no puede ser superficial y cada dolor nos ayuda a recordar el Calvario y el sufrimiento de Cristo.

¿Hace cuánto que no te confiesas? Aquí encontrarás útiles exámenes de conciencia.

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