¡Wow! 🤯 ¡Esto es sorprendente!
En un video viral, publicado por Parousia Media, el sacerdote de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción, Padre Chris Alar, compartió una experiencia asombrosa que vivió al encabezar una procesión eucarística en una reserva indígena en Canadá.
Durante su visita a los indígenas Cree, el sacerdote decidió llevar la Eucaristía en procesión por la reserva. Recorrió todas las calles, bendiciendo los hogares.
Mientras sostenía la custodia, el padre Alar fue increpado por uno de los pobladores, quien le gritó exigiéndole que retirara la Eucaristía del lugar.
El hombre repetía a gritos: “¡Saca esa [grosería, grosería] de aquí!”.
El padre Alar señaló que siguió caminando con la custodia, firme en la decisión de no soltar la Eucaristía.
Después de su tercera amenaza, el poblador se acercó e intentó arrebatarle la custodia. Alcanzó a tocarla, pero inmediatamente la soltó porque le quemó las manos.
“Él levanta la mano para agarrarla —y en ese momento, su mano es literalmente apartada. Y grita”, señaló el padre Alar. “Le quemó completamente la mano, de lado a lado de la palma”.
“Queda de rodillas y mira hacia arriba —y puedes leer lo que piensa. Miró la custodia y te aseguro que las palabras que pasaron por su mente fueron: ‘¿Qué acaba de pasar?’”.
“Todas las mujeres y los niños que venían detrás de mí cayeron de rodillas y comenzaron a adorar”.
El testimonio completo del padre Chris Alar:
“Fui a Canadá, donde están los indígenas Cree. Ningún joven creía ya en la fe. Los únicos que quedaban eran las ancianas y sus nietos —ni siquiera los de mediana edad.
Tomo la custodia, me pongo el abrigo y decido que voy a llevarla en procesión por la reserva indígena. Voy a recorrer todas las calles y a bendecir las casas. Unas 1200 personas viven en esta reserva.
Así que voy y camino al frente, levantando la Eucaristía. Y este primer indígena —el cabecilla— grita: ‘¡Saca esa cosa de aquí!’.
No le hago caso. Sigo caminando. De nuevo grita: ‘¡Saca esa [grosería, grosería] de aquí!’. Yo simplemente sigo caminando muy despacio. Tengo a todas las mujeres y los niños detrás de mí.
Entonces baja y dice: ‘¡Te dije que saques esa cosa de aquí!’. Y se me viene encima. Yo pienso: No voy a soltarla. No voy a soltarla.
Levanta la mano para agarrar la custodia. Yo la tengo en alto. Él levanta la mano para agarrarla —y en ese momento, su mano es literalmente apartada. Y grita. Le quemó completamente la mano, de lado a lado de la palma.
Queda de rodillas y mira hacia arriba —y puedes leer lo que piensa. Miró la custodia y te aseguro que las palabras que pasaron por su mente fueron: ‘¿Qué acaba de pasar?’.
Todas las mujeres y los niños que venían detrás de mí cayeron de rodillas y comenzaron a adorar.
Ahora bien, ¿por qué creen que Dios realizó ese milagro? Porque la duda estaba comenzando a infiltrarse de nuevo —las preguntas, la incredulidad.
Por eso Dios a veces permite milagros Eucarísticos, como ese en México o el de Buenos Aires —porque estamos dudando. Estamos dudando.
Pero no deberíamos necesitar un milagro. Deberíamos tener fe en que el milagro ocurre cada día en la Misa, en ese altar —y que el pan se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo”.
