El demonio odia a todos los santos porque muestran que el camino de la salvación es posible para todos los hombres, pero al santo Cura de Ars lo odió especialmente más que a otros.

Decimos que el diablo aborrece a los santos y los ataca de todas las formas posibles porque, a diferencia de él, ellos dan testimonio de amor y obediencia a Dios. Al mismo tiempo, ellos encarnan en cada época los valores del Evangelio e invitan a los otros seres humanos a hacer lo mismo. De esta manera, participan en la salvación de las almas.

El demonio despreció a cada uno por causas particulares, pero al santo Cura de Ars, san Juan María Vianney, lo detestó (y temió) como a ningún otro.

Los ataques del demonio al Cura de Ars

San Juan Vianney fue un sacerdote de la parroquia de san Juan Bautista de Ars, un poblado cercano a Lyon, en Francia. Allí llevaba una vida en extremo austera y su alimento principal (al menos por largo tiempo) fueron las patatas.

Son célebres los asaltos con tentaciones y persecuciones que sufría, a manos del diablo, para hacerlo renunciar a su actividad pastoral. Quizás los más conocidos son los ataques nocturnos que sufría para despertarlo y no dejarlo descansar.

Los acosos tomaban diferentes formas. A veces, el maligno lo asediaba como una bandada de murciélagos que infestaban la habitación, otras como ratas que recorrían su cuerpo. Muchas veces era jalado de la cama hacia el suelo y padecía todo tipo de ruidos molestos.

Semejante empeño en desmoralizar a este santo tenía sus razones.

Santo confesor

La principal razón por la que el demonio atacaba al santo Cura de Ars era que, como santo confesor, salvaba cientos de almas para Cristo.

San Juan María Vianney ejerció este sacramento de modo eminente -pues ocupaba la mayor parte de su actividad pastoral- y ejemplar – por el extraordinario don que Dios le concedió para la confesión.

En verdad, el Espíritu Santo obró grandes cosas a través de este humilde párroco de pueblo. Se dice que varios testigos veían luces sobrenaturales alrededor de su persona, que levitaba y que realizó varios milagros. Además, recibió un don especial para expulsar demonios de los posesos.

Tan grande fue su vocación por convertir a los hombres que Dios le ayudaba con el don de discernimiento de espíritu. Por esta gracia, el Cura de Ars podía conocer los secretos de los corazones, y no había pecado que no conociera de quienes acudían a la confesión.

Por este don, además de su inquebrantable voluntad para oír confesiones, hasta los pecadores más tenaces se reconciliaban con Cristo cuando concurrían a su parroquia.

Dios le permitía conocer quienes eran los que más necesitaban el sacramento y él los llamaba a confesarse sin hacer fila. Hacia el final de su vida, por lo menos los últimos diez años, los peregrinos que buscaban la reconciliación a través del Cura de Ars debían esperar ¡hasta sesenta horas!

Lo que más le molestaba el demonio

En una ocasión el demonio le dijo a través de un poseso: “Tú me haces sufrir. Si hubiera tres como tú en la tierra, mi reino sería destruido. Tú me has quitado más de 80.000 almas”.

Por esta labor de confesor incansable y las gracias que Dios dispensaba a través de este gran santo, san Juan María Vianney, fue constantemente asediado por el maligno. El santo reconocía cómo los ataques estaban vinculados a su trabajo pastoral y menciona qué hacía para combatirlos:

“Me vuelvo a Dios, hago la señal de la cruz y digo algunas palabras de desprecio al demonio. Por lo demás, he advertido que el estruendo es mucho mayor y los asaltos se multiplican, cuando al día siguiente ha de venir algún gran pecador”.

Con cierto humor el santo Cura de Ars decía: “El Garras es muy torpe, él mismo me anuncia la llegada de grandes pecadores”.

¡Qué importante es el sacramento de la confesión! Ahora ya sabemos porque el santo Cura de Ars es el patrono de los sacerdotes.

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