Mons. Robert Barron, Obispo Auxiliar de Los Ángeles, Estados Unidos, y fundador del ministerio católico Word on Fire, escribió en un artículo una pequeña anécdota sobre la vez en que tuvo la oportunidad de dar su opinión sobre la comunidad jesuita actual a sus seminaristas.

Fue el año pasado, durante las vacaciones de Navidad en Chicago, Estados Unidos. Había participado de un encuentro con treinta jóvenes seminaristas jesuitas de formación ya avanzada.

Después de almorzar con ellos, conversaron sobre temas generales de la Iglesia y su situación actual. El Obispo recuerda que fueron quince minutos de reflexión con estas personas que eran “inteligentes, articuladas, apasionadas por su trabajo y dedicadas al Evangelio”.

En un momento de la conversación, uno de ellos preguntó: “Nosotros, los jesuitas, hemos sido muy criticados en los últimos años…   ¿Crees que alguna de estas críticas está justificada?”. A lo que el obispo respondió: “Bueno, creo que tal vez desde el Concilio, muchos jesuitas han abrazado la agenda de justicia social de manera unilateral”.

Nadie se molestó, todo lo contrario, se lo quedaron mirando intrigados esperando la continuación de su respuesta. Él, al ver esto, prosiguió:

“En su Congregación General número 32 en 1975, bajo la dirección del carismático Pedro Arrupe, la orden de los jesuitas se comprometió a propagar las obras de justicia como parte esencial de su misión. Y desde entonces, los jesuitas se han hecho famosos por su dedicación a esta tarea indispensable. Mi preocupación es que un estrés exagerado en el fomento de la justicia en el ámbito político y económico puede comprometer la misión de evangelización adecuada de la Iglesia de Cristo”.

Es decir que los jesuitas, así como otras personas, se han metido tanto en la lucha por la justicia social, que han olvidado los aspectos espirituales de la misma. Ya no se basan en el Evangelio, sino en bases políticas o económicas.

Así también, hay otras personas que, enroscándose en los espiritual, ha perdido contacto con los problemas reales del Pueblo de Dios, y al momento de evangelizar, dan un mensaje descontextualizado e inútil.

El Obispo continuó su reflexión:

“El compromiso con la justicia social, en sí mismo y por sí solo, no puede ser suficiente para la evangelización, que es compartir las buenas nuevas de que Jesucristo, el Hijo de Dios, ha resucitado de entre los muertos. La razón de esto es obvia: un judío, un musulmán, un budista, un humanista secular, incluso un ateo de buena voluntad, puede ser un defensor de la justicia social”.

Nuevamente, el problema sería olvidarse que el núcleo de toda justicia y bondad en la vida del cristiano, es Cristo, y que si bien buscar la justicia social es una puerta de evangelización, se debe partir del Evangelio.

¿Y tú, opinas lo mismo?

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