A través de sus escritos y su ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús, la amada santa y Doctora de la Iglesia, nos regaló su Pequeño Camino hacia la santidad. ¿Y si te dijera que este trayecto tuvo una fuerte relación con la Navidad?

En 1886, Santa Teresita del Niño Jesús fue cambiada para siempre de una manera que podría sorprenderte.

María Francisca Teresa Martin Guérin era una niña difícil. La futura santa era testaruda y cualquier inconveniente o conflicto menor resultaba en mucho llanto.

Su madre, Santa Celia, escribió sobre su naturaleza terca e infantil. Sus padres a menudo se sentían impotentes y desanimados. ¡Incluso Santa Teresita misma sabía que era cierto!

En su autobiografía, "Historia de un alma", Teresa reflexiona sobre este período de su vida, diciendo:

"Debido a mi extremada sensibilidad, era verdaderamente insoportable. Si, por ejemplo, sucedía que hacía sufrir involuntariamente un poquito a un ser querido, en vez de sobreponerme y no llorar, lloraba como una Magdalena, lo cual aumentaba mi falta en lugar de atenuarla, y cuando comenzaba a consolarme de lo sucedido, lloraba por haber llorado. Todos los razonamientos eran inútiles, y no lograba corregirme de tan feo defecto".

Ella cuenta el evento que cambió su vida cuando tenía 13 años, un acontecimiento que más tarde llamaría el "Milagro de Navidad".

El milagro de Navidad

Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la niñez; en una palabra, la gracia de mi total conversión. 

Volvíamos de la Misa de Gallo, en la que yo había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso.

Cuando llegábamos a los Buissonnets, me encantaba ir a la chimenea a buscar mis zapatos. Esta antigua costumbre nos había proporcionado tantas alegrías durante la infancia, que Celina quería seguir tratándome como a una niña, por ser yo la pequeña de la familia... Papá gozaba al ver mi alborozo y al escuchar mis gritos de júbilo a medida que iba sacando las sorpresas de mis zapatos encantados, y la alegría de mi querido rey aumentaba mucho más mi propia felicidad.

Pero Jesús, que quería hacerme ver que ya era hora de que me liberase de los defectos de la niñez, me quitó también sus inocentes alegrías: permitió que papá, que venía cansado de la Misa del Gallo, sintiese fastidio a la vista de mis zapatos en la chimenea y dijese estas palabras que me traspasaron el corazón: “¡Bueno, menos mal que éste es el último año...!”.

Yo estaba subiendo las escaleras, para ir a quitarme el sombrero. Celina, que conocía mi sensibilidad y veía brillar las lágrimas en mis ojos, sintió también ganas de llorar, pues me quería mucho y se hacía cargo de mi pena. “¡No bajes, Teresa! -me dijo-, sufrirías demasiado al mirar así de golpe dentro de los zapatos”.

Pero Teresa ya no era la misma, ¡Jesús había cambiado su corazón! Reprimiendo las lágrimas, bajé rápidamente la escalera, y conteniendo los latidos del corazón, cogí los zapatos y, poniéndolos delante de papá, fui sacando alegremente todos los regalos, con el aire feliz de una reina. Papá reía, recobrado ya su buen humor, y Celina creía estar soñando ... Felizmente, era una hermosa realidad: ¡Teresita había vuelto a encontrar la fortaleza de ánimo que había perdido a los cuatro años y medio, y la conservaría ya para siempre...!

Aquella noche de luz comenzó el tercer período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo... La obra que yo no había podido realizar en diez años Jesús la consumó en un instante, conformándose con mi buena voluntad, que nunca me había faltado.

Yo podía decirle, igual que los apóstoles: “Señor, me he pasado la noche bregando, y no he cogido nada”. Y más misericordioso todavía conmigo que con los apóstoles, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó repleta de peces... Hizo de mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad... Sentí, en una palabra, que entraba en mi corazón la caridad, sentí la necesidad de olvidarme de mí misma para dar gusto a los demás, ¡y desde entonces fui feliz...! 

Este relato es un recordatorio de que no hay nada demasiado grande, ni demasiado pequeño, para el Señor. ¡Nuestras vidas están llenas de mini milagros!

Es importante reconocer tanto las formas ordinarias como las extraordinarias en que Dios obra en nuestras vidas.

En esta temporada, te desafío a buscar tu propio milagro de Navidad. Más aún, pide la intercesión de la querida Santa Teresita del Niño Jesús para ayudar a suavizar tu corazón a Sus gracias.

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