Roberta Sofia no era muy cercana a Dios, pero una peregrinación mariana cambió su vida. Aunque fue bautizada en la iglesia ortodoxa, decidió responder al llamado de Jesús y abrazar la vida religiosa en una comunidad católica.

En una artículo de la Fundación CARF, la hermana Roberta Sofia de la Theotókos contó su historia de conversión y cómo pasó de confesarse por primera vez a los 21 años, a ser parte de la Comunidad Mariana Oasis de Paz.

Bautizada en la Iglesia ortodoxa

Roberta nació en Roma el 11 de julio de 1986, fue bautizada por decisión de sus padres en la iglesia ortodoxa, al igual que su hermano menor. La vida de fe era algo bastante lejano para ella, a pesar de que disfrutaba de las clases de religión en el colegio.

“No rechazaba a Dios, pero no cultivaba una relación cercana con Él. Solíamos ir a Misa convencionalmente en Navidad y Pascua. De hecho, mi familia no era practicante”.

La primera en volver a la fe fue su madre, que a los 40 años, empezó a frecuentar grupos de oración y movimientos católicos, gracias a unos amigos.

La peregrinación que cambiaría su vida

Roberta señaló que, a sus 21 años, no se sentía feliz y veía que no estaba en el camino correcto.

“Sentía fuertemente que algo profundo faltaba en mi vida: estaba buscando el significado de mi existencia en el mundo”.

Es en ese momento que Dios va a su encuentro, y en 2007 recibe un regalo especial de su madre: un viaje a Medjugorje para el festival juvenil.

“No tenía ni idea de qué se trataba, ni deseos ni motivos para ir. Entre otras cosas, estaba en lista de espera, porque las plazas estaban llenas y las posibilidades de que yo fuera eran muy inciertas. Pero la fe de mi madre fue mayor, que siempre quiso transmitir la fe a sus hijos y se encomendó a la Virgen, ¡quien no dudó en llamarme! 

A pesar de que estaba en lista de espera, justo el día antes de la salida de este viaje, recibí una llamada telefónica de un sacerdote de la Comunidad Mariana Oasis de Paz que estaba organizando la peregrinación. 

No tenía ni la menor idea de quién era aquel sacerdote, pero tan pronto como me anunció que quedaba una plaza disponible, le expliqué todas mis objeciones: otros planes de verano me estaban esperando. La respuesta del cura fue lapidaria y me traspasó el corazón: ¡Roberta! ¡Cuando Nuestra Señora llama, ella llama! Así que puedes dejarlo todo y venirte a Medjugorje ahora”.

La duda llegó a su corazón, y a pesar que quería ir a un concierto en esas fechas, la respuesta fue clara: debía participar de esa peregrinación.

“Entonces llamé a ese sacerdote y le dije: ‘Está bien, iré con vosotros’, sin saber el valor que tendría después una declaración tan inocente. Y emprendí el viaje más importante de mi vida. En ese lugar experimenté todo el asombro de tantos jóvenes que oraban con fe y alegría, descubrí todo el Amor de Dios que me esperaba a través de la Virgen y de su infinito corazón maternal”.

En Medjugorje, Roberta descubrió a Dios y, a sus 21 años, realizó la primera confesión de su vida.

“Fue un momento de gran gracia, ni siquiera sabía qué hacer, pero fue una oportunidad que sentí que debía aprovechar acercándome con un poco de miedo.

El sacerdote me miró fijamente y, al enterarse de que nunca me había confesado, me preguntó si conocía a Jesús y si deseaba hacerlo. Dije que sí con todo mi corazón y simplemente lloré durante toda la confesión mientras sentía que los cielos se abrían sobre mí y el Espíritu descendía como una cascada de agua fresca”.

El llamado a la vida religiosa

Al regresar de ese viaje, la vida de Roberta cambió totalmente, tomando un impulso que antes no tenía. La joven cambió de carrera, pasando a la Facultad de Arquitectura de la Universidad La Sapienza de Roma, donde luego obtuvo una maestría. 

“Mientras tanto, mi amor a Dios y a María crecía, tenía sed de conocerlos y comencé a frecuentar la comunidad, aprendiendo a orar, a adorar al Señor, a disfrutar de su amistad. Todo volvió a florecer mientras mi familia observaba con asombro este cambio. Continué viviendo mi juventud entre estudio, amigos, oración. Agradecía cada día al Señor por el don de la fe y el encuentro vivo con Él”.

Sin embargo, en su corazón empezó a crecer una duda vocacional, un anhelo que Roberta intentaba rechazar, pues la vida religiosa era un reto demasiado grande para ella.

“Luché esperando que con el tiempo todo pasara, pero pasaron los años y este tormento creció en mi corazón.

Decidí entonces confiar y abrir mi corazón para ser acompañada en el discernimiento que requería para mí una doble escucha. Este largo camino que emprendí me llevó primero a abrazar la fe católica, y posteriormente a interrogarme sobre mi vocación específica”.

La decisión no fue fácil al inicio, pero la Virgen María la ayudó a dejar que su corazón “fuera pacificado por Cristo, a dejar sanar mis heridas, a prepararme para madurar mi sí”.

“Mi lugar era con Ella para colaborar en su misión de paz en muchos corazones, para tender puentes de unidad y diálogo”.

Es así que decide ingresar a la Comunidad Mariana Oasis de Paz, una familia eclesial de vida consagrada.

“La comunidad de la que hoy formo parte es una realidad internacional, mixta y contemplativa pero abierta a la acogida, de hermanos y hermanas célibes internos y de sacerdotes consagrados y de familias agregadas y seculares que comparten el carisma específico, viviéndolo en su propio estado de vida donde ellos lo encuentran.
Hacemos un cuarto voto, el de ser paz, que define nuestro carisma, es decir, conformar a Cristo nuestra Paz e irradiar el don de la Paz en la Iglesia y en la humanidad a través de una vida de intercesión. Con una acogida y humilde ofrecimiento, según una espiritualidad propiamente eucarística y mariana, ya que María es la Madre de nuestra comunidad”.

Actualmente, la hermana Roberta se encuentra estudiando su primer año de Filosofía en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, gracias a la ayuda de los benefactores de la fundación Centro Académico Romano Fundación (CARF), que ayuda a la formación de sacerdotes, religiosos y religiosas de todo el mundo. 

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