La Resurrección de Cristo es la anticipación (y la garantía) del destino de todos los creen en Él: la resurrección de la carne es una promesa para todos los que mueren en gracia de Dios.

Los cristianos confesamos que “creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día (CIC 989)

El día en que los muertos vuelvan a la vida se consumará la expresión máxima de la unión de los seres humanos con Jesús. Según el plan salvífico de Dios, los hombres participaremos de la vida gloriosa de Cristo.

Sin embargo, este cuerpo será completamente distinto del cuerpo de esta existencia histórico-temporal. La resurrección de la carne implica una transformación, si bien existirá una relación entre ambos cuerpos, pero el resultado final es un misterio (Michael Schmaus, Curso de Teología Dogmática).

No obstante, la teología puede precisar ciertas características que tendrán nuestro cuerpos tras la resurrección de la carne:

1. Impasibilidad: es la propiedad de que no sea accesible mal físico de ninguna clase, como el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Es la imposibilidad de sufrir y de morir.

2. Sutileza: es la propiedad por la cual el cuerpo se hará semejante a los espíritus en cuanto podrá penetrar los cuerpos sin lesión alguna. Un ejemplo de esto es el cuerpo resucitado de Cristo, que salió del sepulcro sellado y entraba en el Cenáculo aún estando cerradas las puertas (Jn 20, 19 y 26).

3. Agilidad: es la capacidad del cuerpo para obedecer al espíritu con suma facilidad y rapidez en todos sus movimientos. Cristo aparecía y desaparecía súbitamente (Lc 24, 31).

4. Claridad: es el estar libre de toda bajeza y vileza, y rebosar de hermosura y esplendor. Jesús dice: “los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13, 43). Un modelo de claridad lo tenemos en la glorificación de Jesús en el monte Tabor (Mt 17, 2) y después de la resurrección (Hech 9, 3).

Notas extras: Los cuerpos de los condenados resucitarán en incorruptibilidad e inmortalidad, pero no serán glorificados porque no participarán en la gloria de Cristo. Las diferencias de sexo también se conservarán.

¡Cristo ha resucitado y es nuestra esperanza en la resurrección de la carne!

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