Hubo una vez que una santa, siendo aún una niña, tuvo un sueño en el que se encontró con dos demonios y que estos huyeron al verla. Se trata de la Doctora de la Iglesia Teresa de Lisieux, quien relató en su diario esta experiencia.

Así cuenta Santa Teresa el episodio con los demonios cuando era niña:

“Recuerdo un sueño que debí tener por esta edad y que se me grabó profundamente en la imaginación.

Una noche soñé que salía a dar un paseo, yo sola, por el jardín. AI llegar al pie de los escalones que había que subir para llegar a él, me paré, sobrecogida de espanto. Delante de mí, al lado del cenador, había un bidón de cal y sobre ese bidón estaban bailando dos horribles diablillos con sorprendente agilidad a pesar de las planchas que llevaban en los pies.

De repente, fijaron en mí sus ojos encendidos y luego, en ese mismo momento, como si estuvieran todavía más asustados que yo, saltaron del bidón al suelo y fueron a esconderse en la ropería, que estaba allí enfrente.

AI ver que eran tan poco valientes, quise saber lo que iban a hacer y me acerqué a la ventana. Allí estaban los pobres diablillos, corriendo por encima de las mesas y sin saber qué hacer para huir de mi mirada; de vez en cuando se acercaban a la ventana mirando nerviosos si yo seguía allí, y, al ver que sí, volvían a echar a correr como desesperados”.

Santa Teresa comprendió luego el por qué Dios le otorgó este sueño. Fue para aprender que lo que más teme el demonio, es un alma en gracia.

Una vida virtuosa es la mejor arma contra el demonio. Aquí se comprende lo que Cristo quiso decir: “En verdad, en verdad os digo que, a menos que se conviertan en niños, nunca entrarán en el reino de los cielos” (Mateo 18: 3).

No es que debamos comportarnos como un niño, sino que debemos buscar tener un corazón tan puro e inocente como el de uno de ellos.

¡Santa Teresa, ruega por nosotros!

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