Esta historia es contada por el sacerdote Francis c. Tuckwell de la Catedral de Westminster, Londres, en una de sus homilías. Se trata de cómo un niño protestante termina teniendo un cariño inmenso por la Virgen.

Resulta que este niño protestante escuchó un día a sus amigos católicos rezar el Ave María. La oración le gustó tanto, que no solo le prestó atención a lo que decía. Sino que también se la memorizó y empezó a rezarlo todos los días.

Cuando su madre lo escuchó lo calló inmediatamente diciéndole que esa es una oración supersticiosa católica, y que no se debe recitar. Que más bien como cristianos que eran, debía leer la Biblia. Y así fue, el niño dejó de rezar el Ave María y empezó a leer.

Un día, emocionado, el niño corrió donde su madre y le dijo: “¡Mamá! ¡Encontré el Ave María en la Biblia!”. Y resulta que la había encontrado por pedazos tanto en la cita de la Anunciación como en la de la Visitación. La madre intentó persuadirlo, pero nunca lo logró.

Los demás miembros de su iglesia lo escucharon hablar bien de la Virgen e intentaron corregir, indicándole que María era una mujer como cualquiera y no merecía tal cariño. Él, enojado, la defendió diciendo: “¡No es así! ¡El ángel la llamó llena de gracia! ¡Y que era bendita entre todas las mujeres!”.

Este niño creció y, como era de esperarse, se convirtió al catolicismo. Y no solo eso, se hizo sacerdote. Y sí, así es, su nombre era Francis c. Tuckwell, el relator de esta historia.

Recemos con mucho ardor el Ave María. Y pidamos la intercesión de Nuestra Señora para nuestra conversión y encuentro con el Señor Jesús. Especialmente, por nuestros hermanos separados evangélicos.         

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