San Ambrosio, en su “Tratado sobre el Evangelio de San Lucas”, reflexionó sobre cómo ambos personajes, santos y fieles a Dios, tuvieron dos actitudes, aparentemente similares, pero totalmente distintas, frente al Plan de Dios.
La diferencia es muy sutil: mientras que la Virgen María preguntó “¿Cómo será esto?” (Lucas 1, 34) San Zacarías preguntó “¿En qué lo conoceré?”. Es decir, mientras ella preguntó cómo se darían las cosas, él preguntó por alguna prueba de lo que decía el arcángel.
Dudar de Dios
Todos lo hacemos en diferentes momentos de nuestra vida. Hemos perdido el horizonte por algún momento. Por naturaleza nuestra, buscamos seguridades para sentir una cierta “paz”.
Zacarías dudó de las palabras del ángel pues era viejo y su mujer era de una edad muy avanzada (Lucas 1, 18). Dudó del poder de Dios y puso su realidad, y sus problemas, como más fenómenos más fuertes que Él.
Esto lo hacemos a menudo, pensamos que nuestros problemas y vicios son más fuertes que la misericordia de Dios y su sacrificio en la Cruz. Cosa que es imposible.
Confiar en Dios
El hecho de que la Virgen María preguntase cómo se desarrollaría el Plan de Dios, demuestra que ella no se quedó en saber si Él cumpliría o no, ella estaba segura de eso. Quería saber, como una especie de curiosidad humana, cómo se daría tal maravilla.
Esto es difícil para muchos, pero se ejercita y se puede lograr. Teniendo a la Virgen como modelo, uno aprende poco a poco a dejarse llevar por Dios y a confiar totalmente en Él. Las preocupaciones y las actitudes negativas frente a los problemas desaparecerían poco a poco.
Como dijo San Juan Pablo II alguna vez:
“En las inevitables pruebas y dificultades de la existencia, como en los momentos de alegría y entusiasmo, confiarse al Señor infunde paz en el ánimo, induce a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad”.