Este año, el Miércoles de Ceniza se celebra el 14 de febrero.
Durante la Cuaresma, los católicos practicamos el ayuno y la abstinencia. Te presentamos las respuestas a las preguntas más comunes que rodean estas prácticas espirituales.
¿Qué es el ayuno y la abstinencia durante la Cuaresma?
El ayuno es una forma de penitencia y disciplina espiritual.
La Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) señala:
"Cuando se practica el ayuno, la persona tiene permitido comer una comida completa, así como dos comidas más pequeñas que juntas no equivalgan a una comida completa".
La abstinencia se refiere a la ausencia de carne (mamíferos) o aves. Esto se debe a que tradicionalmente, la carne era más cara y considerada un lujo.
El pescado está permitido durante la Cuaresma, ¡por eso muchas parroquias tienen pescado los viernes!
¿Cuándo debo cumplir estas prácticas y quién está obligado a hacerlo?
La Iglesia solicita a los católicos ayunar y practicar la abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Además, los viernes de Cuaresma son días obligatorios de abstinencia.
La Iglesia requiere que los adultos de 18 a 59 años ayunen el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
Según la USCCB, "las normas sobre la abstinencia de carne son obligatorias para los miembros de la Iglesia Católica Latina a partir de los 14 años".
Sin embargo, la Iglesia exime a ciertos grupos de estos requisitos y les pide que hagan un sacrificio alternativo.
“Los enfermos física o mentalmente, incluidas las personas que padecen enfermedades crónicas como la diabetes... En todos los casos, debe prevalecer el sentido común, y las personas enfermas no deben poner en peligro su salud al ayunar", agregó la USCCB.
Las mujeres embarazadas o lactantes también están exentos de esta práctica.
¿Por qué ayunamos y practicamos la abstinencia durante la Cuaresma? ¿Cuál es el propósito?
Hay muchas razones por las cuales la Iglesia nos llama a ayunar y abstenernos durante la temporada de Cuaresma.
La razón principal es acercarnos más a Jesús al imitar su tentación en el desierto. Al unir nuestros sufrimientos y tentaciones con los suyos, podemos participar mejor en su muerte y resurrección.
El ayuno y la abstinencia también tienen raíces en las Escrituras.
El profeta Daniel explica: "Yo volví mi rostro hacia el Señor Dios para obtener una respuesta, con oraciones y súplicas" (Daniel 9,3).
El Libro de Tobías dice: "Vale más la oración con el ayuno y la limosna con la justicia, que la riqueza con la iniquidad" (Tobías 12,8).
El Catecismo de la Iglesia Católica destaca la importancia de esta práctica:
"La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad ‘que cubre multitud de pecados’” (CIC 1434).
"Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras)" (CIC 1438).
"El cuarto mandamiento («abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia») asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y para adquirir el dominio sobre nuestros instintos, y la libertad del corazón" (CIC 2043).
Santo Tomás de Aquino nos motiva a seguir estas prácticas en la Suma Teológica, recordando las enseñanzas de San Agustín:
"El ayuno purifica la mente, eleva los sentidos, somete la carne al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las tinieblas de la concupiscencia, apaga los ardores de los placeres y enciende la luz de la caridad".