Elizabeth Bodine y su esposo, Francis, criaron a 18 hijos en una granja en Estados Unidos. La entrega de esta mujer católica y su gran amor fueron reconocidos a nivel nacional en 1968, cuando recibió el título de la “Madre del Año”.

Seis hijos de la familia Bodine conversaron con la periodista Patti Maguire Armstrong de National Catholic Register, sobre la vida familiar y los recuerdos que tienen de su madre, que también fue galardonada con el Premio Theodore Rough Rider de Dakota del Norte en 1979.

Aunque Elizabeth y Francis no llegaron a terminar la educación básica, la mayoría de sus hijos se graduaron de la universidad. Nueve de ellos sirvieron en el ejército y 10 fueron maestros en algún momento de sus carreras.

De los 18 hermanos, solo una no se casó, Patricia, que decidió dedicar su vida a Dios e ingresó como monja benedictina, tomando el nombre de Hermana Bernadette. La familia cuenta actualmente con 100 nietos.

“Yo era el más joven, nacido el 6 de agosto de 1942”, señaló William, de 81 años, al Register. 

El menor de los hijos enseñó matemáticas en la escuela secundaria, entrenó lucha libre y fútbol americano, y fue director de atletismo.

“Cuando nací, Luella tenía 24 años, estaba casada y vivía en una granja. Los últimos cinco de nosotros éramos chicos, incluyendo uno de los dos pares de gemelos. Mi padre tenía 60 años cuando nací, y mamá tenía 44”.

Una familia numerosa

Elizabeth nació en Polonia en 1898, pero vivió la mayor parte de su juventud en Alemania, antes de migrar con su familia a Estados Unidos en 1912.

En 1917 se casó con Francis (1882-1971), a quién conoció mientras trabajaba como sirvienta para sus padres. La pareja pasó su luna de miel durante tres meses, viajando desde el estado de Washington hasta California y visitando a la familia.

El matrimonio de Elizabeth y Francis en 1917. Créditos: Cortesía de la familia Bodine

La primera hija, Luella, nació en 1918, seguida de Viola, Francis, Jenette, Paul, Dolores, Loretta, Charles, John, los gemelos Mark y Monica, Audrey, Bernadette, el segundo par de gemelos Robert y Ronald, luego Gerald, Dale y, finalmente, William.

La familia vivía en una granja de más de 300 hectáreas, en una casa de dos pisos y cinco habitaciones, donde a menudo dormían 3 en una cama.

En 1940, recién llegaría la electricidad y el agua potable a la zona rural de Dakota del Norte, por lo que, por muchos años tuvieron que lavar la ropa a mano, depender de linternas, usar una letrina y bañarse en una tina con agua calentada en una estufa de carbón.

William señaló que su madre era voluntaria y hacía obras de caridad en su parroquia, St. Cecilia. Una señora de la iglesia, Ann Rodella, nominó a Elizabeth como “Madre del Año” para Dakota del Norte, y los elogios empezaron a llegar.

“Cuando voy —diariamente— a la iglesia aquí en Velva, su foto está colgada cerca de una puerta lateral, así que la veo siempre.
La colectividad espiritual de nuestra familia, la fe y la granja se combinaron para que todos nos mantuvieramos leales. Claro, no siempre nos llevábamos bien, pero siempre teníamos un sentido de familia y lealtad, y todo emanaba de nuestros padres. Ambos eran muy trabajadores.
Mamá tenía una combinación de un corazón fuerte y suave. Su bienestar espiritual debió impactar a muchas personas para que este premio se impulsara desde un pequeño pueblo de Dakota del Norte. Su compromiso sólido con la fe, la vida simple que vivía y lo que logró, enfatiza dónde deberíamos llegar todos. Mamá era abierta con su fe; la expresaba”.

Una madre que los acercó a la fe

Audrey, de 90 años, describió su infancia como divertida, pero destacó que la formación espiritual era lo primero.

“Rezábamos el Rosario en familia cada noche de octubre, el Mes del Rosario. Nunca te ibas a dormir sin arrodillarte junto a tu cama diciendo la oración ‘Ángel de Dios’. Hasta el día de hoy, tengo una relación fuerte con mi ángel guardián.
Estoy muy agradecida por los padres que tuve. Creo que tuve una madre perfecta. Nunca la oí quejarse”.

Monica, que cumple 92 años, señaló:

“Todos teníamos la misma impresión de nuestra madre: muy equilibrada, inteligente y firme. Aprendió latín y griego en Alemania, lo que probablemente explica por qué aprendió inglés tan fácilmente. Nuestra madre podía hacer de todo. Podía coser y remodelar nuestra ropa. Cuando necesitábamos un piso nuevo, pintaba sobre nuestro linóleo y hacía un diseño en él”.

John, el mayor de los hermanos que todavía está vivo, cumplió 94 años el 1 de junio. Vive en Minneapolis y fue maestro antes de trabajar para una corporación.

De izquierda a derecha: Arriba: Jenette, Viola, Luella, Delores, Loretta; Fila 3: John, Mark, Paul, Francis, Charles; Fila 2: Francis (el padre), Monica, Patricia, Audrey, Elizabeth (la madre); Abajo: Dale, Robert, Gerald, Ronald y William. (Foto: Cortesía de la familia Bodine)

El recordó la excelente cocina de su madre, que incluía muchos platos alemanes.

“En el verano, las monjas de Minot venían a pasar dos semanas enseñando catecismo en la iglesia. Al final, mi madre las invitaba a todas a la granja para una gran cena. Había de cinco a siete monjas y el sacerdote. Años después, fui a una cena de iglesia y el sacerdote visitante, que era el orador, habló sobre esta gran familia de granjeros de Velva que las invitaba a una gran cena familiar. Ni siquiera sabía que yo estaba en la audiencia”.

Dale, de 83 años, trabajó como ingeniero mecánico y ahora vive al sureste de St. Cloud, Minnesota. 

“Mis recuerdos favoritos son que ella era una muy buena cocinera, trabajaba duro y nunca se quejaba. Recuerdo arreglar la alfombra en los escalones con ella cuando tenía 8 o 9 años. 

Nuestra madre tenía un temperamento agradable y buenos amigos. En aquel entonces, los metodistas no pensaban mucho en los católicos, pero Glenna Evashenco, una metodista, y mamá eran mejores amigas”.

Ron Bodine, de 86 años, uno de los gemelos, enseñó biología y química y entrenó en la Escuela Católica Bishop Ryan en Minot y también en la Universidad Estatal de Dakota del Norte. 

“Mi padre era irlandés y francés, y mi madre era completamente alemana. Se llevaban muy bien. Nunca vi una discusión. Mi padre era el jefe, pero mi madre era la implementadora; sea cual fuera la situación, ella implementaba la tarea”.

Elizabeth también era devota de la Virgen María

“Ella y mi padre rezaban el Rosario juntos cada noche”, dijo Monica. “Mi papá tenía que obtener un préstamo del banco cada año, y mi madre iba a la iglesia de St. Leo en Minot a rezar un Rosario mientras él iba al banco. Confiaban mucho en Dios”.
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