A medida que avanzamos en la vida de fe, podemos llegar a caer en el cansancio y el conformismo. Si sientes que te has estancado en tu camino a la santidad, puede que la acedia haya llegado a tu vida.

La historiadora Derya Little señaló en un artículo para National Catholic Register, que muchas veces caemos en la reticencia a difundir la fe en nuestra vida cotidiana.

“A menudo, muchos confunden la ayuda material con el cumplimiento de los deberes hacia el prójimo. Yo sabía muy bien lo que significaba ser pobre, pero el regalo más precioso que he recibido no vino en forma de billetes sino en forma de palabras habladas y actos amables del Evangelio”, señaló.

Derya indicó que durante mucho tiempo buscó la razón de este mal, hasta que la revelación le llegó en el libro de Dom Jean-Charles Nault, “El Diablo del Mediodía: La Acedia, el Mal Innombrado de Nuestros Tiempos”.

“Por un lado, la acedia es un pecado contra la alegría que brota de la caridad; es la tristeza por lo que debería alegrarnos más: la participación en la misma vida de Dios. Por otro lado, la acedia es un pecado contra la caridad cuando aplasta o paraliza la actividad, porque entonces afecta la fuerza motriz más profunda de la actividad, es decir, la caridad, la participación del Espíritu Santo”, señala el libro.

Derya indicó que la acedia influye en nuestra vida diaria como hijos de Dios e infecta a todos los que nos rodean, llegando eventualmente a paralizar nuestra capacidad de llevar a cabo nuestra misión de evangelización.

Estos son 3 síntomas de la acedia que afectan el espíritu misionero.

1. Pérdida de Alegría

La acedia se manifiesta cuando olvidamos la profunda oscuridad de la que fuimos salvados. La alegría de la conversión, se desvanece lentamente a medida que el ajetreo de la vida moderna oscurece la luz de la gracia salvadora. Como la rana que se cuece lentamente, no somos conscientes de esta pérdida hasta que no tenemos el deseo de hablar sobre la fe o la moral católica.

2. Tibieza del Comfort

Cuando la vida es fácil, no hay necesidad de Dios, incluso para los cristianos. Siempre que vayamos a Misa los domingos, no engañemos a nuestros cónyuges y recemos antes de las comidas, todo está bien. Nos instalamos en un ritmo familiar que nos adormece en un sueño espiritual donde ignoramos la anticoncepción rampante o nos negamos a hablar sobre lo que nosotros, no el estado, podemos hacer por nuestro prójimo.

3. Indiferencia hacia el espíritu misionero

La indiferencia hacia la evangelización es solo otro síntoma de la acedia misionera, donde la fe ha llegado a ser vista como un asunto privado. Ya no importa si las personas que viven a miles de kilómetros conocen a Cristo, porque ni siquiera es relevante si nuestro vecino lo conoce. La alegría de nuestra salvación está tan extinguida que no tenemos el deseo de compartir la esperanza que hay en nosotros.

¿Qué dice realmente de nuestra fe si no estamos dispuestos a compartirla con los demás?

¿Qué podemos hacer frente a esto?

El P. Nault sugiere cómo cura de la acedia la “perseverancia gozosa”. 

De micro a macro, necesitamos perseverar como individuos, invocando la gracia de los sacramentos; luego como comunidad y como Iglesia que no rehúye proclamar la verdad. Luego, a medida que nuestra alegría se propague desde dentro, el Señor levantará más religiosos y laicos para difundir el Evangelio a las naciones.

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