Andrew había nacido en una familia perteneciente a los Santos de los Últimos Días (mormones) y desde niño asistía a las reuniones de este culto.
Pero al llegar a la adolescencia su vida fue desenfrenada, tanto que a los 17 años se consideraba a sí mismo como agnóstico y posiblemente ateo.
A los 22 años tuvo su primer hijo, por lo que sintió que necesitaba de su religión para tener fuerzas y seguir adelante.
Pero esta decisión la sintió forzada, ya que no era algo que realmente quería. Solo quería sentirse acompañado de una comunidad.
Las dudas de fe no se hicieron esperar. Y esta doble vida de querer ser mormón pero sin tener las cosas claras lo tenían inquieto.
Finalmente decidió dejar de asistir y vivir su agnosticismo.
Tiempo después su esposa y él asistieron a talleres matrimoniales de una iglesia evangélica y fue allí cuando comprendió el significado de la muerte de Cristo. Y con esto, el amor de Dios por él.
Esto lo hizo profundizar en la Biblia no mormona y empezar a descubrir muchas cosas que no estaban en el libro del mormón.
A pesar de que empezó a asistir a una iglesia evangélica, la doctrina de la misma no le llenaba. Además que seguía teniendo dudas y preguntas que el pastor, un buen hombre, no pudo responder.
Una noche le pidió guía a Dios para poder encontrar su lugar, y al día siguiente un amigo del trabajo, con quien había conversado al respecto, lo invitó a Misa.
Ese domingo fue la celebración de la Santísima Trinidad, y mientras escuchaba la homilía su mente se fue abriendo cada vez más, y encontraba las soluciones a las preguntas que tanto le aquejaban.
Cuatro meses más tarde, él estaba estaba entrando a la Iglesia Católica. Planea en un futuro escribir sobre la comparación entre el dogma católico y mormona. Para así ayudar a los que se encontraban como él, y que puedan encontrar su lugar.
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