Sabemos que la alegría debe ser una de las marcas más importantes del cristiano, y aprender a encontrar sentido en el sufrimiento puede ser una fuente de fe y testimonio para los demás. Pero, ¿qué hacer cuando no logramos ver "el lado bueno" de las cosas?
Santa Teresita, conocida por su famosa “pequeña vía”, fue una gran santa que vivió su amor a Dios en las cosas más simples y ordinarias de la vida cotidiana. Sin embargo, enfrentaba una dificultad constante: el desánimo. Muchas veces deseaba ser santa, pero sentía que eso estaba más allá de sus capacidades. ¡Y esto fue lo que decidió hacer!
Siempre que Santa Teresita se sentía tentada por el desánimo, su reacción natural era pensar: "no puedo", pero instantáneamente dirigía su corazón a la esperanza y al optimismo, porque sabía que Dios no le pediría algo que fuera imposible.
En su autobiografía “Historia de un alma”, Teresa de Lisieux relata que, a los 11 años, en ocasión de su Primera Comunión, hizo tres propósitos:
1) "Lucharé contra mi orgullo"
Con esto, recuerda nuevamente la importancia de la humildad como el camino de su pequeña vía. Para ella, ¡el desánimo también era una forma de orgullo!
2) "Me confiaré a la Virgen María rezando un Memorare"
La oración Memorare, también conocida como "Acordaos", se atribuye a San Bernardo de Claraval:
"Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti.
Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana.
No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino, antes bien, escúchalas y acógelas benignamente. Amén"
3) "No me desanimaré"
Parece simple (y hasta obvio), pero la santa se deshacía del sentimiento de desánimo simplemente... no desanimándose. Un corazón lleno de confianza en Dios sabe que Él guarda lo mejor para nosotros, independientemente de nuestra situación actual. Nuestros deseos de santidad no solo no son imposibles, sino que son fruto de los deseos del propio Dios, quien no nos haría anhelar cosas irrealizables.