San Francisco de Asís es uno de los santos más populares de la Iglesia Católica. A menudo se le conoce por su amor hacia los animales, pero la vida de este gran hombre fue mucho más que eso.

Él supo amar y vivir el Evangelio en cada momento, y con estos pequeños “secretos” de amor, podemos imitarlo en el seguimiento de Cristo y también ser santos.

1. Amor a Cristo y a la Iglesia

Al tener una experiencia personal con Jesucristo frente a un crucifijo, San Francisco escuchó del Señor: “Ve y reconstruye mi Iglesia”. Este mandato no solo hizo que el santo restaurara la pequeña capilla en ruinas en la que se encontraba, sino que también revolucionó la propia Iglesia Católica desde dentro, a través de un fiel seguimiento del Evangelio.

Dejando todo atrás, San Francisco abrazó la vida de pobreza de Cristo y lo amó profundamente, al punto de despojarse de sus propias ropas para mostrar que se desprendía por completo de su vida anterior y que ahora tenía a la Iglesia como su única madre y hogar.

2. Amor por los pobres

Antes de su conversión, San Francisco era un joven rico que disfrutaba de la vida y derrochaba bienes materiales, pero al decidir seguir a Cristo, comprendió que nada en este mundo puede satisfacer el corazón humano como Dios. Utilizando un trozo viejo de tela, lo convirtió en su túnica y comenzó una nueva forma de vida mendicante en las calles de Asís (hoy en día, la Congregación Franciscana).

Es posible que no vivamos en una pobreza material tan extrema como la que San Francisco deseaba para sí mismo, pero nuestra relación con las posesiones debe reflejar la misma perspectiva que tenía el santo: estos bienes pueden ayudarnos en nuestras necesidades, pero es verdaderamente rico aquel que solo tiene a Dios en su corazón.

3. Amor por los necesitados

San Francisco confesó que en su juventud sentía repulsión por los leprosos y no se atrevía a acercarse a ellos de ninguna manera. Sin embargo, después de experimentar el amor de Cristo, un episodio marcó su vida completamente. Al encontrarse con un leproso en la calle, sintió que debía abrazarlo como si estuviera abrazando al propio Cristo. A partir de ese momento, comenzó a servir en hospitales, tratando y cuidando a los enfermos.

Durante toda su vida, Francisco también ayudó a mendigos, enfermos, viudas e incluso a personas ricas financieramente pero vacías en lo esencial. Atento a los demás, San Francisco vivió como el buen samaritano y amó a todos aquellos a quienes Cristo ama.

4. Amor por la Creación

¿Cómo hablar de San Francisco y no recordar su famoso “Cántico de la Creación”? Él amaba a los animales, la naturaleza y todo lo que Dios había creado, a quienes llamaba “hermano” o “hermana”. Incluso a la muerte, San Francisco la llamaba “hermana muerte”, porque era la que lo llevaría cerca de Dios. Al final de su vida, pasaba horas y horas en éxtasis rezando bajo las montañas de Asís, donde también recibió los estigmas de Cristo.

Al honrar el mundo en el que vivimos, reconocemos la grandeza del Dios Creador y asumimos la responsabilidad de cuidar de todo, tal como Dios le pidió a Adán que hiciera.

¡San Francisco de Asís, ruega por nosotros!

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