Bartolo Longo fue un “sacerdote” satánico que experimentó una conversión tan profunda que entregó por completo su vida a la Virgen María. Cerca de su canonización, recordamos la oración que compuso en honor a Nuestra Señora, una invitación a redescubrir el valor del Rosario.

El 19 de octubre, el Papa León XIV canonizará a 7 nuevos santos, entre los que se encuentra el laico y abogado italiano, Bartolo Longo, conocido como el gran apóstol de la Virgen del Rosario.

¿Quién fue Bartolo Longo?

Nacido en 1841 en Latiano, Italia, creció en una familia católica. Durante su juventud, se trasladó a Nápoles para estudiar Derecho, sin embargo, en la universidad, fue influenciado por círculos espiritistas y anticatólicos. Pronto, se alejó de la fe y llegó a involucrarse en prácticas ocultistas, siendo incluso “ordenado” como sacerdote satánico. 

Su vida cambió radicalmente cuando, sumido en una profunda depresión, visiones aterradoras y episodios de paranoia, aceptó la ayuda de un amigo creyente y de un sacerdote dominico, padre Alberto Radente, quien lo acompañó en un profundo proceso de conversión.

Arrepentido, ingresó a la Tercera Orden Dominicana, se consagró a la Virgen María y dedicó el resto de su vida a promover el rezo del Rosario. En el Valle de Pompeya fundó el Santuario de la Virgen del Rosario de Pompeya y diversas obras de caridad.

Murió en 1926 y sus últimas palabras fueron:

“Mi único deseo es ver a María, que me salvó y me salvará de las garras de Satanás”.

Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1980, quien lo llamó el “apóstol del Rosario”.

Ahora, cuando la Iglesia se prepara para su canonización, recordamos la oración que Bartolo Longo escribió en honor a la Virgen del Rosario de Pompeya.

Súplica a la Reina del Santo Rosario

Oh Bienaventurado Rosario de María,
dulce cadena que nos une a Dios,
vínculo de amor que nos une a los ángeles,
torre de salvación contra los ataques del infierno,
puerto seguro en nuestro naufragio universal,
nunca te abandonaremos.

Serás nuestro alivio en la hora de la muerte;
tuyo nuestro último beso mientras que nuestra vida se consume.
Y, la última palabra de nuestros labios será tu dulce nombre,

Oh Reina del Rosario de Pompeya,
Oh queridísima Madre,
Oh Refugio de los Pecadores,
Oh Soberana Consoladora de los Afligidos.
Seas Tú bendecida en todas partes,
hoy y por siempre, en la tierra y en el cielo.

(Fuente)

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