Actualmente la política -y los políticos- viven como si Dios no existiera. Muchos gobiernos se comportan como si Cristo nunca hubiese venido al mundo y despliegan políticas que ignoran el Evangelio cuando no están francamente en contra.
Sin embargo, así como cada uno de nosotros tendrá que rendir cuenta por su actos frente al Altísimo, así también deberán hacerlo los políticos. Y la parábola de los talentos nos previene sobre el destino de aquellos que utilizan los dones de Dios para su propio provecho.
Si bien el Evangelio es claro en estos aspectos, las revelaciones privadas -en particular de visiones de almas del purgatorio- nos aclaran sobre el destino de los malos gobernantes.
En su libro Entre el Cielo y la Tierra, María Vallejo-Nágera, recopila visiones del purgatorio de religiosos y religiosas, beatos, santos y hasta papas. Allí, hay un relato que todos los políticos deberían conocer.
La historia del purgatorio que todos los políticos deberían conocer
Santa Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia (1207-1231) tuvo una revelación de su propia madre desde el purgatorio. Se trataba de la reina Gertrudis de Hungría.
Tras su muerte, Santa Isabel se desvivió durante largo tiempo en ofrecer sufragios eucarísticos y numerosísimas oraciones para el descanso del alma de su madre. Pero durante un éxtasis, Jesús le reveló que sus plegarias no habían alcanzado.
Hasta que una noche la reina Gertrudis se apareció a Santa Isabel. La santa estaba en su cuarto orando por su difunta madre cuando esta se le apareció a los pies de la cama. Se arrodilló y le dijo de forma desgarradora:
“Hija mía —le dijo—. Aquí ves a tu madre, a tus pies, sobrecogida por el sufrimiento. Vengo a implorarte que multipliques tus sufragios para que la Divina Misericordia pueda liberarme de los espantosos tormentos que sufre mi alma. ¡Ah, qué gran juicio tienen las personas que han tenido en vida gran autoridad sobre otros!
Ahora expío las graves faltas que cometí durante mi reinado. ¡Oh, hija mía! Reza por mí; acuérdate de los dolores de parto que padecí por traerte al mundo, de los cuidados y preocupaciones que sufrí al educarte. Por todo ello te ruego que alivies mi tormento”.
A partir de ese momento, Santa Isabel dedicó largas horas a orar por la liberación de su madre. Hasta que un día, su madre volvió a aparecérsele rodeada de luz y esplendor, y con total estupor vio cómo se elevaba hacia el cielo en donde desapareció para siempre.
Amargo purgatorio les espera a aquellos políticos corruptos que traen guerras, hambre y violencia a su pueblo.
¡Pidamos a Dios que se den cuenta a tiempo del mal tan terrible que acarrean al prójimo!