En 1950, el Papa Pío XII presenció un milagro, un fenómeno en el sol muy similar al ocurrido en Fátima (Portugal). Este evento quedó inmortalizado en un manuscrito que escribió el mismo Pontífice.
El 13 de octubre de 1917, miles de peregrinos en Fátima fueron testigos del “milagro del sol”, en la última aparición de la Virgen María a los pastorcitos Jacinta, Francisco y Lucía.
Según indica ACI Prensa, durante este fenómeno, el sol tembló por tres minutos.
“Luego de una intensa lluvia, las oscuras nubes se abrieron y dejaron ver el sol, que según los testigos se veía como un disco de plata. Entonces, sus rayos tomaron diferentes colores y el sol pareció caer sobre las miles de personas, que se habían puesto de rodillas”.
“Además del milagro del sol, los pastorcitos dijeron haber visto imágenes de Jesús, la Virgen María y San José bendiciendo a la multitud. La Virgen se presentó como la Señora del Rosario”.
Luego de 33 años, el 30 de octubre de 1950, el Papa Pio XII fue testigo de un evento similar, que se repitió tres veces más: el 31 del mismo mes, el 1 y 8 de noviembre.
Este fenómeno fue para el Pontífice la confirmación de que la proclamación del dogma de la Asunción de la Virgen María era bien recibida por Dios.
Según indica Infobae, Pío XII escribió sobre el evento en el “reverso de una hoja mecanografiada preparada para una audiencia”, un texto que fue encontrado luego de su fallecimiento.
Así describió el Papa Pío XII el milagro del sol:
“Era el 30 de octubre de 1950, la víspera del día tan esperado por todo el mundo católico, la solemne definición de la asunción al cielo de María Santísima. Alrededor de las 4 de la tarde, en el habitual paseo por los jardines del Vaticano, leyendo y estudiando, como de costumbre, varios documentos de oficina. Subía desde la plaza de Nuestra Señora de Lourdes hacia la cima del cerro, por la avenida de la derecha que bordea el muro alrededor de la muralla. En un momento dado, al levantar los ojos de las hojas que tenía en las manos, me golpeó un fenómeno que nunca antes había visto. El Sol, todavía bastante alto, aparecía como un globo opaco y amarillento, rodeado todo alrededor por un círculo luminoso que, sin embargo, no le impedía fijar la mirada sin sentir el menor malestar. Una nube muy ligera estaba frente a él. El globo opaco se movió ligeramente hacia afuera, girando y moviéndose de izquierda a derecha y viceversa. Pero dentro del mundo se podían ver movimientos muy fuertes muy claramente y sin interrupción.
El mismo fenómeno se repitió al día siguiente, 31 de octubre, y el 1 de noviembre, el día de la definición; y luego nuevamente el 8 de noviembre, octava de la misma solemnidad. Después de eso, no ocurrió más. Varias veces intenté en otros días, a la misma hora y en condiciones atmosféricas iguales o muy similares, mirar el sol para ver si aparecía el mismo fenómeno, pero en vano; no pude mirarlo ni siquiera un instante, la vista quedaba inmediatamente deslumbrada. En los días siguientes, compartí el hecho con unos pocos íntimos y con un pequeño grupo de cardenales (quizás cuatro o cinco), entre los cuales se encontraba el cardenal Tedeschini. Cuando este, antes de su partida para su misión en Fátima, vino a visitarme, expresó su intención de hablar sobre ello en su homilía. Le respondí: ‘Déjalo estar, no es apropiado’. Pero él insistió, argumentando la oportunidad de tal anuncio, y entonces le expliqué algunos detalles del suceso. Esta es, en términos breves y sencillos, la pura verdad.”