Andrea Cueva y Kenji Igei enfrentaron una gran prueba como familia. Sus mellizos, Ian y Iago, nacieron a los cinco meses de gestación con solo un 10% de probabilidades de sobrevivir. Sin embargo, hoy son testimonio de un milagro de Dios.
El joven matrimonio católico compartió su historia con ChurchPOP, un testimonio que nos recuerda que Jesús y la Virgen María nos sostienen en nuestras cruces.
La esperanza en medio de la incertidumbre
Antes del nacimiento de sus mellizos, Andrea y Kenji enfrentaron una dolorosa pérdida gestacional, luego de dos años de buscar ser padres. Sin embargo, su fe les hizo ver que su hijo mayor, aunque en el cielo, seguiría acompañando a su familia.
Cuando Andrea quedó nuevamente embarazada, la alegría fue inmensa. Consideraron este embarazo una muestra de la generosidad de Dios, quien les regaló dos hijos en lugar de uno.
“Sentíamos gratitud. Yo siempre decía que, cuando nacieron, Dios les regaló a cada uno de ellos—Ian e Iago—un hermano para compartir en la tierra y un hermano para compartir en el cielo desde la concepción”, reflexiona Andrea.
Con la aprobación de su doctora, la pareja viajó a Miami para visitar a la familia de Andrea.
“Le preguntamos si podíamos viajar, porque en Lima estábamos solos. Ella nos dijo que sí, con la condición de regresar antes del siguiente chequeo, en la semana 30. Cuando estuvimos en Miami, todo seguía siendo alegría… hasta que llegó el primer sangrado”.

Si bien el temor era fuerte, encontraron fortaleza en la oración y en la certeza de que Dios caminaba con ellos en esta batalla.
“Bendito sea Dios, porque la cruz nos hace clamar a Él por ayuda. No solo la oración nos fortaleció, sino que la cruz fortaleció nuestra oración. Y eso nos hizo ver con claridad que teníamos a un Dios que caminaba con nosotros en todas nuestras batallas, un Dios que nunca abandona”, señala Andrea.
La fe que los sostuvo en los días en cuidados intensivos
El nacimiento prematuro de Ian y Iago fue una crisis inesperada. Iago pesaba 650 gramos e Ian 750 gramos. Días después, Ian sufrió una perforación en el estómago y requirió cirugía de emergencia. Iago, por su parte, presentó un sangrado cerebral severo.
En medio de la incertidumbre, la prioridad de Andrea y Kenji fue bautizar a sus hijos.
“Sabíamos que, si Dios quería que ellos siguieran vivos, la gracia del bautismo iba a ser esa fuerza que los haría hijos de la Iglesia y que permitiría que toda la comunión de la Iglesia actuara mejor en ellos”, señaló Andrea.

Cada día, la pareja encontró consuelo en la oración y en el apoyo de médicos, enfermeras y otras familias. Organizaban momentos de oración, cantaban y alentaban a otros padres.
“Hay algo que a mí me gustaba mucho repetirle al Señor cuando había mucho dolor: ‘Señor, Iago e Ian se están uniendo a tu cruz. Ellos no pueden ofrecer su dolor, pero yo te los ofrezco, para que su sufrimiento cure tus heridas también’”, agregó Andrea.
Cada pequeño avance en la salud de los mellizos lo vivieron como un milagro. Aunque no presenciaron curaciones inmediatas, sentían que Dios obraba en los detalles: en el hospital donde nacieron, en los doctores que los atendieron y en la fuerza que les daba para continuar.
“Todo fue bien pensado por Dios para que se dé de la mejor manera, y después nos enteramos de que, si los bebés no nacían en un hospital católico, probablemente simplemente no iban a luchar para que sobrevivan”, señala Kenji.
Además de la oración, encontraron maneras de vivir la alegría en medio de la adversidad. Llegaron al hospital en tiempos de Adviento e hicieron una pequeña corona para rezar. Cuando llegó la Navidad, celebraron en la habitación con cantos y villancicos. Kenji llevó su guitarra e invitaron a las enfermeras y doctores a unirse. También organizaron una actividad en la que las enfermeras dejaron notas para los mellizos en su primera Navidad.
Kenji cantando en el hospital junto a las incubadoras de los mellizos. Créditos: Cortesía familia Igei.
La devoción a los santos también los acompañó en su lucha. Sus bebés nacieron el Día de Todos los Santos, y desde el primer instante pidieron su intercesión. Desde la sala de emergencias, Kenji escribía a familiares y amigos para pedir oración. Se organizaron grupos de rosarios, misas y cadenas de oración por la salud de Iago e Ian. También prepararon una oración especial a la Virgen de Guadalupe, que se compartió ampliamente.

La alegría en medio de la prueba
A pesar de la adversidad, la pareja encontró formas de celebrar la vida. Cada mes decoraban con globos, chocolates y bocaditos, e invitaban a doctores y enfermeras para agradecer su esfuerzo. Kenji también dibujaba los avances médicos de los bebés, registrando cada pequeño triunfo como un signo de esperanza.
A pesar de la tensión del momento, Kenji recuerda una anécdota con alegría. Una enfermera le preguntó si quería una foto cortando el cordón umbilical y él, sin pensarlo, sonrió. Andrea aún se asombra de cómo pudo posar en un momento tan difícil, pero para Kenji, el llanto de sus hijos al nacer era motivo de esperanza.

Otro recuerdo especial fue su graduación de la maestría en diseño gráfico.
“Dentro de todo lo que estábamos viviendo, sabía que iba a ser difícil celebrar un logro, pero yo pensaba que, igual, mis hijos, en algún momento cuando crezcan, habrían querido que yo celebre también mis triunfos en medio de todo. Confiando en Dios, que todo iba a salir bien, me creé mi propio birrete con cartulinas, con lo que encontraron por ahí, con papeles, y participé de mi graduación, también con la esperanza y sabiendo que el triunfo también era por ellos y que, por ellos, me esforcé también”, indica Kenji.

La salida del hospital
Para recibir el alta, los mellizos debían respirar por sí mismos y alimentarse sin dificultad. Mientras que la respiración se estabilizó, la alimentación se convirtió en un reto constante.
"El drama de la comida es todo un desafío. Es decir, implica muchas terapias, muchas taquicardias, son muchos atoramientos, son mucho reflujo extremo. Son muchísimas cosas alrededor, porque todavía todo el cuerpo está inmaduro", explica Andrea.
Cada avance en la alimentación parecía significar un paso adelante, pero las constantes recaídas les hacían sentir que nunca terminarían esa etapa.
"Tenías que estar una semana sin problemas de atoro ni taquicardias, pero cada dos días sucedía algo", señala Kenji.
Finalmente, Ian superó los siete días sin complicaciones y recibió el alta. Salir del hospital fue una emoción indescriptible para la familia. Sin embargo, su corazón seguía dividido: mientras celebraban la llegada de Ian, sabían que el camino de Iago aún era incierto.

Cuando todo parecía estar listo para que Iago también pudiera irse a casa, un último obstáculo se interpuso: la retinopatía del prematuro. La posibilidad de que su hijo perdiera la vista los llenó de miedo y preocupación. El examen ocular al que debía someterse era doloroso y angustiante.
A pesar del contratiempo, Iago logró estabilizarse. Dos semanas después, el doctor les dio el alta, aunque el bebé aún necesitaba oxígeno.
"Fue un impacto fuerte asumir que me llevaría a mi hijo con oxígeno y cables, pero cuando el doctor nos dio la noticia, nada más importaba. ‘No me interesa cómo me lo lleve, lo importante es que va a casa’, pensé. La emoción fue indescriptible. Hicimos una fiesta tremenda, grité por todas partes: "¡Ya nos vamos, ya nos vamos! ¡Por fin nos vamos!".
Por fin vas a ver el cielo, descubrir el mundo, salir a pasear. Por fin te voy a cargar sin miedo, y caminarás más de dos cuadras, más de cinco pasos. Por fin dormirás en tu propia cama, te abrazaré todo lo que quieras y tomarás leche cuando se te antoje. ¡Por fin serás un niño feliz!”, indica Andrea.
La prueba no terminó al salir del hospital. A Iago le detectaron un tumor en el hígado y tuvieron que enfrentarse a una nueva batalla. A pesar del dolor, mantuvieron la certeza de que Dios tenía un plan mayor. La cirugía fue un éxito, y poco después, Dios les regaló una nueva bendición: su hija Iaela, nombre que viene de María Rafaela, que significa “medicina de Dios”.
“El gran extra es nuestra pequeña Iaela. En su generosidad, Dios nos regaló una bebé muy rápidamente, y aunque como matrimonio debemos estar abiertos a la vida, esto nos descuadró por completo. No entendíamos por qué íbamos a tener un bebé tan pronto, cuando nuestros hijos aún nos necesitaban y cuando yo debía guardar reposo, porque ahora, con cada embarazo, debo hacer cama para evitar riesgos.
Claro que nos desestabilizó por completo, pero al final resultó ser, en verdad, la medicina de Dios para nuestras vidas: poder disfrutar de todo lo que significa un bebé sano y sanar nuestras heridas a través de su salud y su belleza”, indica Andrea.

La fe y la oración en el dolor
"Si tú me preguntas qué impacto tuvo en mí, pues saber que mis hijos han venido a ser luz, han venido a ser un testimonio increíble y que tienen una misión, una misión muy bonita. Pero si le preguntas a Dios qué impacto tuvo la oración de toda esa gente, Dios te dirá: ‘Todos me soltaron las manos y les hice un gran milagro, porque todos me pedían con mucho cariño por ellos, para que estuvieran bien’. Y como decía la oración que rezábamos, no solo para que tuvieran salud física y mental, sino para que todo estuviera bien”, señaló Andrea.
Desde el primer momento, la pareja supo que no podían enfrentar esta batalla solos. La oración se convirtió en su refugio y pronto descubrieron que no estaban solos: parroquias, conventos, familias y hasta niños desconocidos se unieron en una cadena de intercesión.
"Todo eso no fue por nuestros méritos, jamás, sino porque Dios, en su generosidad, nos regaló alegría. Y esa alegría nos la regaló la oración de todos”.

Andrea resaltó que una de las cosas que más aprendió es a vivir la alegría en medio del dolor.
"La alegría no tiene nada que ver con las cosas que pasan en la vida, sino con sentirte hija de Dios. En esta filiación divina, que debes abrazar, descubres que, aunque el dolor sea lo más grande que puedas experimentar, no tiene nada que ver con ser feliz. Ese es mi mayor aprendizaje.
Además, nadie puede escapar de la cruz. Siempre llegará. Y, de verdad, hay tanta gente que sufre, que nuestras propias cruces, al compararlas con tantas historias y experiencias, ahora las sentimos pequeñas. Nuestra historia, que para nosotros fue un desafío enorme, al lado de muchas otras terminó siendo una cruz bien chiquita, en la que Dios nos concedió salir triunfantes".
La pareja dió un gran consejo a todos los papás que como ellos atraviesan una lucha difícil por la vida de sus hijos.
“Recen, recen mucho y no pierdan la alegría. Creo que les daría ese consejo diez mil veces. Cuando mis piernas temblaban, recibí con mucha alegría estas palabras: ‘Canta, ponte alegre, canta y alaba al Señor.’ Ponerme a cantar mientras lloraba me ayudó a mantenerme contenta, con la certeza de que Dios no abandona”, señala Andrea.
“A veces nos preguntamos: ‘¿Por qué me tocó esto a mí?’ y nos ensimismamos, sin darnos cuenta de que, si viéramos con otros ojos, comprenderíamos que nuestros hijos son un regalo de Dios y que nosotros somos el regalo de Dios para ellos. Tú eres quien debe hacer feliz a tu hijo, tú eres quien Dios pensó desde toda la eternidad para ser su alegría y su consuelo en la cruz que le ha tocado vivir. Es hermoso saber que Dios nos eligió para ayudarles a cargar esa cruz y para esforzarnos con locura en regalarles la dignidad que tienen como seres humanos, incluso en circunstancias extremas. Y también, para transmitirles esa alegría inmensa de saberse hijos de Dios”, agregó.
Kenji también aconsejó a los padres tener la certeza que Dios sabe más y encomendar siempre todo a sus manos.
“Al fin y al cabo, uno no sabe qué puede pasar, pero la única certeza que tenemos es que Dios está”.
Andrea y Kenji agradecen a todas las personas que rezaron por sus hijos, “muchos de ellos sin conocernos ni conocerlos a ellos, pero con el deseo profundo de que pudieran sobrevivir”. Además, agradecen a su familia, a los hermanos de Andrea que los acogieron en todo ese tiempo que tuvieron que vivir en Estados Unidos por la salud de sus hijos.

Sobre todo, dan las gracias a la Virgen de Guadalupe y a Dios, “que nunca nos abandonó”.
“No sabemos exactamente qué ha planeado Dios para ellos, pero sí estamos seguros de que tiene algo hermoso preparado, pues han cargado una gran cruz. Al final, Dios quiso que vivieran, y no solo eso: muchas personas nos han compartido sus testimonios, contándonos que han vuelto a rezar y a acercarse a Dios gracias a Ian e Iago. Desde su nacimiento, el apostolado que ellos han iniciado ha sido inmensamente fecundo”.