El tiempo de Cuaresma nos brinda nuevas oportunidades para acercarnos a Dios, ya sea adoptando buenas resoluciones cuaresmales o evitando hábitos pecaminosos.  

Para los católicos, una práctica clave en Cuaresma es renovar el compromiso con el Sacramento de la Penitencia. Este sacramento nos permite recibir la misericordia de Dios y encontrar un nuevo comienzo tras el pecado. Aunque la mayor disponibilidad de confesiones es una característica bienvenida en este tiempo, es fundamental reconocer la importancia permanente de este sacramento, especialmente su papel esencial en la preparación para la muerte.  

Históricamente, este sacramento fue una fuente de gran fortaleza para los católicos que enfrentaban un posible martirio, como aquellos en Gran Bretaña de los siglos XVI y XVII. Estos católicos fueron perseguidos por negarse a reconocer al monarca británico como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.  

Mártires como San Tomás Moro, San Edmundo Campion y los Cuarenta Mártires de Inglaterra y Gales encontraron consuelo en este sacramento mientras se preparaban para su inminente muerte.  

La siguiente historia, compartida por un sacerdote, ilustra cómo dos hombres experimentaron un consuelo similar en aquellos tiempos peligrosos. Muestra el poder de la oración, la confianza inquebrantable en la Santísima Virgen María y el papel crucial de la confesión en la preparación para la muerte.  

Una poderosa historia de confesión  

Durante la persecución protestante contra los católicos en Gran Bretaña, un obispo católico escocés se vio obligado a refugiarse en una humilde cabaña. Al entrar, vio a un anciano tendido en una carreta. Estaba agonizando.
“Parece que le queda poco tiempo de vida”, dijo el obispo.  
El obispo, disfrazado de laico común para evitar la persecución, intentó ofrecer palabras de consuelo. Sin embargo, el moribundo respondió:  “Estoy en paz. No moriré”.  
Intrigado, el obispo, aún ocultando su verdadera identidad, preguntó: “¿Cómo puede estar tan seguro? ¿No sería prudente prepararse, por si acaso?”. 
El hombre replicó: “¿Es usted católico?”.
“Sí”, respondió el obispo.  
“Entonces puedo decirle por qué no moriré”, explicó el anciano. “Desde el día de mi primera comunión, he rezado a la Santísima Virgen pidiéndole que no me deje morir sin un sacerdote a mi lado. ¿Cree usted que mi Madre dejará de responderme? ¡NO! ¡NO PUEDE! Y por eso, no puedo morir”.  
“Qué maravillosa es nuestra Santísima Madre” dijo el obispo, revelando su rango. “No solo le ha enviado un sacerdote, sino a su propio obispo”.  
“Gracias, querida Madre”, exclamó el hombre. “Y ahora, Excelencia, por favor escuche mi confesión. Pues ahora sé que pronto moriré”.  

En este tiempo santo de Cuaresma, que podamos, como el obispo y el anciano, confiar siempre en la misericordia de Dios a través del Sacramento de la Penitencia y en la intercesión de María por nosotros. Como ha dicho a menudo nuestro Santo Padre el Papa Francisco, Dios siempre está dispuesto a perdonarnos, incluso en nuestro lecho de muerte.  

Esta Cuaresma, renovemos nuestro compromiso con el Sacramento de la Penitencia. Como dice la Carta a los Hebreos:  

"Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna" (Hebreos 4,16).
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