Muchos piensan que el incienso era una herramienta para evitar los malos olores en la Santa Misa, los hedores que emanaban de las catacumbas debajo de las iglesias. Pero esto no es verdad.
El uso del incienso en las prácticas religiosas no pertenece exclusivamente al cristianismo, pues se usa en otras religiones.
De hecho, la costumbre católica de usar incienso fue heredada de los judíos. Su uso se puede apreciar en el Antiguo Testamento, como por ejemplo en el Salmo 141.2: “Que mi oración suba hasta ti como el incienso, y mis manos en alto, como la ofrenda de la tarde”.
El Catecismo señala que el ser humano es una criatura de símbolos, necesita de signos para poder comunicarse y representar lo que piensa (CIC 1146).
Así como necesitamos de dichos símbolos y rituales para comunicarse con los demás en sociedad, también necesitamos de estos para comunicarnos con Dios (CIC 1146).
El incienso sería el símbolo de nuestra oraciones yendo al cielo para ser recibidas por Dios, imagen de nuestras plegarias elevándose a los oídos del Padre.
La razón para el uso de estos símbolos, como el incienso, es ayudarnos a tener más atención y participación en el ritual de la Misa.