Cada 28 de agosto se celebra la fiesta de San Agustín de Hipona, gran santo y Padre de la Iglesia, recordado por su incansable búsqueda de Dios. 

En sus Confesiones, Agustín nos dejó algunas de las frases más icónicas que nos acompañan y acompañarán siempre cuando de nuestro deseo de Dios se trate.

En este artículo repasaremos algunas de ellas para mantenerlas vivas en nuestra vida de fe:

1. “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! 

Dios es cerano, siempre está con nosotros, somos nosotros los que a veces desoimos su voz y pensamos que está lejos. Él puede romper nuestra sordera si le abrimos la puerta de nuestro interior. Así lo explicaba San Agustín:

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste y clamaste hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste y con tu tacto me encendiste en tu paz” (X,27).

2. “Tú eres interior a mi más honda interioridad

Dios es un Dios omnipotente y bueno que se hace hombre para ser íntimo, cercano y accesible. Él se hace presente en nuestra vida aunque no se lo pidamos y cuida de nosotros en lo secreto.

[Señor Dios mío], tú eres interior a mi más honda interioridad”(VI,3).

[Tú, oh Dios,] estás presente también en aquellos que huyen de ti” (II,1).

¡Oh Señor omnipotente y bueno, que cuidas de cada uno de tus hijos como si fuera el único, y que de todos cuidas como si fueran uno solo!” (X,2).

Tú eres, [oh Dios mío], inaccesible y próximo, secretísimo y presentísimo” (III,4).

3. “Entonces tú, [mi Dios], tratándome con mano suavísima y llena de misericordia, fuiste modelando poco a poco mi corazón” (V,1).

Dios transforma nuestro corazón incluso cuando no nos damos cuenta. Él obra de muchas maneras, en silencio y con paciencia, nos va conduciendo a su amor.

4. “Nuestra casa no se derrumba por nuestra ausencia, pues nuestra casa es tu eternidad” (XVI,5).

Nuestro destino es el Cielo, eso lo tenía muy claro San Agustín. Nunca descansaremos hasta que nos encontremos en nuestra casa de la eternidad. Nuestra búsqueda no termina, aumenta en la medida en que nos acercamos a Dios, y eso nos mantiene cerca de la eternidad.

5. “[Señor Dios], nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti” (I,1).

Buscar a Dios es la razón de nuestra vida, buscarlo en todo lo que acontece y encontralo en la Eucaristía, en el servicio y en el amor. Permitamos que nuestro corazón siempre esté inquieto hasta que descanse en Dios.

Comparte