Cada 1 de octubre los católicos celebramos la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, una doctora de la Iglesia que, con su obra Historia de un alma nos enseño el camino hacia Dios en la sencillez y en el amor.

En esta obra existe un hermoso testimonio del poder de la oración para conversión de los pecadores. Santa Teresita, con su plegaria, consiguió que un asesino acusado un triple homicidio y condenado a muerte se convirtiera justo en el último momento de su vida.

Lo sentenciaron a muerte por grave crimen pero Santa Teresita le “toco el alma”

El 17 de marzo de 1887, Henri Pranzini, un joven italiano de 30 años, degolló con un cuchillo de carnicero a Marie Regnault, su sirvienta y la hija de esta.

Pocos días después, Pranzini fue capturado y sometido a juicio por el homicidio. En julio de ese año comenzó el proceso de enjuiciamiento, en el cual el asesino se declaró inocente una y otra vez. Cuatro días después se lo sentenció a la guillotina.

Luego del juicio y hasta que se ejecutara la condena, Pranzini fue enviado a la cárcel. Fue en este momento en que Santa Teresita, entonces adolescente, se enteró del caso.

Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. Yo quise evitar a toda costa que cayese en el infierno, y para conseguirlo empleé todos los medios imaginables”, dice cuenta la Santa en Historia de un alma.

Así, Santa Teresita decidió interceder por la conversión de este criminal.

“Sabiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí a Dios todos los méritos infinitos de Nuestro Señor y los tesoros de la Santa Iglesia; y por último, le pedí a Celina que encargase una Misa por mis intenciones, no atreviéndome a encargarla yo misma por miedo a verme obligada a confesar que era por Pranzini, el gran criminal”, continúo.

“En el fondo de mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados -cuenta la santa y continúa- le dije a Dios que estaba completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi consuelo, le pedía tan sólo ‘una señal’ de arrepentimiento…

Llegó el día de la ejecución el 31 de agosto de 1887 y Pranzini no se había confesado ni dado muestras de arrepentimiento por el crimen.

El asesino fue conducido para recibir la pena del tribunal, y justo en el último momento ocurrió algo impensado. ¿Qué sucedió? Así lo relata Santa Teresita:

“Al día siguiente de su ejecución, cayó en mis manosel periódico ‘La Croix’. Lo abrí apresuradamente, ¿y qué fue lo que vi…? Las lágrimas traicionaron mi emoción y tuve que esconderme… Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso, y se disponía a meter la cabeza en el lúgubre agujero, cuando de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…!

Henri Pranzino se había convertido antes de dejar este mundo. “Había obtenido ‘la señal’ pedida, y esta señal era la fiel reproducción de las gracias que Jesús me había concedido para inclinarme a rezar por los pecadores”, concluyó Santa Teresita.

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