Santa Brígida fue una gran mística católica que vivió en Europa en el siglo XIV, y ya desde pequeña recibió de Dios múltiples revelaciones. Entre esas visiones se destacó una extraordinaria que explica el misterio de la Santísima Trinidad.

Durante 28 años de su vida, Santa Brígida vivió en matrimonio, del cual nacieron ocho hijos. En una peregrinación a Santiago de Compostela con su esposo, este enfermó y ella rezó a Dios fervientemente por su recuperación.

Entonces Dios le concedió su pedido pero a cambio de que se dedicara por entero a una vida santa. Su marido, milagrosamente recuperado, entró a un monasterio cisterciense; mientras Santa Brígida y su hija fueron a Italia.

Desde este momento la santa estuvo catorce años en Roma, rezando y atendiendo a enfermos. También viajó a Tierra Santa y fundó la orden del Santísimo Salvador. Y mientras llevó esta vida religiosa intensa, sus experiencias místicas y revelaciones se pusieron por escrito.

De este conjunto de visiones reunidas en la obra Revelaciones de Santa Brígida, hay una muy particular que nos habla de la Santísima Trinidad.

La visión de Santa Brígida sobre la Santísima Trinidad

“Y en aquel instante, dice santa Brígida, vi en el cielo una casa de admirable hermosura y magnitud, y en la casa había un púlpito, y en el púlpito un libro.

Y como yo mirase atentamente el mismo púlpito con toda mi consideración mental, mi entendimiento no bastaba para comprender cómo era, ni mi alma podía comprender su hermosura, ni mi lengua expresarla. El aspecto del púlpito era como un rayo del sol, el cual tiene color rojo y blanco, y de resplandeciente oro.

El color de oro era como el sol refulgente, el blanco era tan puro como la nieve, el rojo era como una rosa encarnada; y cada color se veía en el otro (…)  no obstante cada cual era distinto del otro y por sí existía, pero en un todo y por todas partes parecían iguales.

Como yo mirase hacia arriba, no pude comprender la longitud ni la latitud del púlpito; y mirando hacia abajo, no pude ver ni comprender lo inmenso de su profundidad, porque todas estas cosan eran incomprensibles para ser consideradas” (Libro 8, Capítulo 7).

Dios explica a Santa Brígida la visión

Como Santa Brígida no comprendía esta visión sobre la Santísima Trinidad, Dios le explicó:

“El púlpito que has visto significa la misma divinidad, a saber: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El no haber podido tú comprender la longitud, ni la latitud del púlpito, su profundidad ni su altura, significa que en Dios no se puede encontrar principio ni fin; porque Dios es sin principio, y era y será sin fin.

Y el que cada color de los referidos tres colores se veía en el otro, y sin embargo, cada color se distinguía del otro, significa que Dios Padre existe eternamente en el Hijo y en el Espíritu Santo, el Hijo en el Padre y en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo en ambos, con una sola naturaleza verdadera, y distintos en la propiedad de las personas.

El significado de cada color

El color que se veía sanguíneo y rojo significa el Hijo, el cual, dejando ilesa la divinidad, tomó en su persona la naturaleza humana.

El blanco significa el Espiritu Santo, por quien se hace la absolución de los pecados. El color de oro significa el Padre, el cual es principio y perfección de todas las cosas”.

Luego la explicación continuó: “una persona es el Padre, otra el Hijo y otra el Espíritu Santo, aunque una sola naturaleza; y por esto se te muestran tres colores separados y unidos: separados, por la diferencia de las personas, y unidos, por la unidad de naturaleza.

Y como en cada color has visto los demás colores, y no has podido ver un color sin otro, ni en los mismos colores nada que sea antes o después, mayor o menor; igualmente en la Trinidad nada hay antes o después, mayor o menor, dividido o confundido, sino una sola voluntad, una sola eternidad, un solo poder y una sola gloria.

Y aunque el Hijo proceda del Padre, y el Espíritu Santo de ambos, con todo, jamás existió el Padre sin el Hijo y sin el Espíritu Santo, ni el Hijo ni el Espíritu Santo sin el Padre” (Libro 8, Capítulo 7).

¡Santo Dios, Santo fuerte, Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros!

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