Esta semana fue noticia la muerte de John Allen Chau, un misionero estadounidense de 27 años, asesinado al acercarse a una isla habitada por una tribu hostil y aislada del mundo civilizado.

El objetivo de este joven misionero cristiano era llevar el cristianismo a las islas Sentinel del Norte, India.

Unos días antes de morir, John escribió una carta a sus familiares: “Ustedes quizás piensen que estoy loco por hacer todo esto, pero yo creo que vale la pena proclamar a Jesús a esta gente. (…) No es en vano. Las vidas eternas de esta tribu están al alcance de la mano y estoy impaciente para verlos adorar a Dios en su propio lenguaje”.

Su visita no fue improvisada, él conocía el peligro. Ya había hecho contacto con los indígenas dos veces antes, y sabía que arriesgaba la vida.

El día llegó, se acercó por tercera vez a la isla pero esta vez para quedarse.

Los marineros que lo llevaron a la isla presenciaron su muerte. Al llegar a la costa los indígenas salieron a su encuentro. En ese momento gritó:

“Mi nombre es John. ¡Los quiero y Jesús los ama (…) Aquí tienen un poco de pescado!”

En ese momento fue atacado a flechazos por los nativos.

El sacrificio de John puede parecer una locura ante los ojos del mundo, pero aún hoy personas como él saben que es necesario llevar el Evangelio a todos los confines. Oremos por su descanso eterno y para que muchas almas se conviertan a Dios.

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