San Cipriano de Antioquía tuvo una conversión muy impactante. Vivió en el siglo III, practicaba el ocultismo y fue un conocido brujo. Dicen que podía ver a Satanás y que hablaba con él.

Difícilmente una persona tan lejos de Dios podría considerar ser cristiano, sin embargo para San Cipriano, la conversión fue radical y lógica.

Lo conocían como Cipriano el Nigromante por sus poderosos hechizos y conocimiento de la magia negra.

Un día, un hombre llamado Agladio le pidió un favor. Había conocido a una mujer muy hermosa llamada Justina, una cristiana quien moriría mártir y sería santa.

Agladio estaba muy enamorado de ella y le pidió a Cipriano hacer una brujería para que ella se enamore de él, dejara el cristianismo y volviera a la vida pagana.

Sin embargo, Cipriano el Nigromante no pudo doblegar la voluntad de Justina. En ella había una gran fuerza que no podía vencer.

Cansado de tantos hechizos, invocó a Lucifer y le preguntó por qué no podía doblegar a Justina. De mala gana, el demonio le respondió: “Cristo, Dios de los cristianos, la protege. Contra Él yo no puedo”.

Cipriano, espantado de conocer a alguien más poderoso que Lucifer le respondió: “Si Dios es más poderoso que tú… prefiero servirle a Él”.

Desde entonces se dedicó completamente al estudio de las Escrituras y al conocimiento de Cristo.

San Cipriano fue apresado junto a Justina y otro cristiano llamado Teoctiso que estaba entre la multitud que presenciaba su martirio. Teoctiso se lanzó a abrazar a Cipriano y fue decapitado con ambos.Todos recibieron la corona del martirio en nombre de Cristo.   

¡San Cipriano, ruega por nosotros!

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