Posiblemente te has hecho esta pregunta: Si todos tenemos la oportunidad de ir al Cielo gracias a Cristo… ¿qué ocurrió con aquellos hombres y mujeres de Dios que murieron antes de que nazca Jesús?

La respuesta, en un principio, podría no agradar a la mayoría: se fueron al infierno. Ahora bien, no hay que entender que ese infierno es como el que todos conocemos (Catecismo 631 – 635).

Según el catecismo de la Iglesia, estas almas de los justos se encontraban en el sheol o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9). Era la morada de los muertos, los que estaban separados de Dios.

Entonces, si fueron al infierno, ¿aún siguen ahí? Aquí viene la parte alegre de la historia: no, ellos están ahora en los Cielos. ¿O acaso han olvidado que Cristo “descendió a los infiernos”?

El Catecismo indica que Cristo “no bajó a los infiernos para liberar a los condenados (cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Libelo Cum dudum: DS, 1011; Clemente VI, c. Super quibusdam: ibíd., 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Concilio de Toledo IV, año 625: DS, 485; cf. también Mt 27, 52-53)”.

Por ende, las almas de los hombre y mujeres justas que esperaron en Dios, si bien en un inicio fueron al infierno, fueron visitados por Cristo al momento de su muerte. Y con Él, fueron llevados a los Cielos.

Como indica el Catecismo: “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos” (Catecismo Romano, 1, 6, 3).

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