No es un cuento para niños, ¡es cierto! Cada persona tiene un ángel de la guarda.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). ‘Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’ (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1: PG 29, 656B). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios”. (CCC 336)

¿De dónde sacamos la idea de que toda persona tiene un ángel de la guarda? ¡Directamente de las palabras de Jesús en la Biblia!

En Mateo 18,10, Jesús dice a sus discípulos que presten especial atención al cuidado de “estos pequeños”, porque “sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (énfasis añadido).

Esto reafirma una enseñanza del Antiguo Testamento, que repite varias veces que los ángeles ofrecen al pueblo de Dios un cuidado y atención especial (cf. Sal 34,7; Sal 91,10-13; Job 33,23-24, entre otros).

Entonces, ¿cómo debería ser la relación con tu ángel de la guarda?

Primero, la Iglesia enseña que no debes ponerles nombre. Los únicos ángeles que debemos nombrar son los que aparecen en la Escritura (Miguel, Gabriel y Rafael).

Pero incluso si no conoces el nombre de tu ángel de la guarda, ¡puedes rezarle! Puedes pedirle guía, protección e incluso que asista a la Santa Misa si estás enfermo o no puedes ir.

¡Nunca ha habido un momento más importante que el presente para invocar de verdad a tu ángel de la guarda y pedir su apoyo en medio de la batalla espiritual por las almas!

San Pío de Pietrelcina aconseja:

“Adquiere la hermosa costumbre de pensar siempre en él; que junto a nosotros hay un espíritu celestial que, desde la cuna hasta la tumba, no nos abandona ni un instante, nos guía, nos protege como un amigo, un hermano; y será siempre un consuelo para nosotros, especialmente en nuestros momentos más tristes”.

Te compartimos una oración tradicional al ángel de la guarda y otras que quizá aún no hayas rezado:

Ángel de Dios

Ángel de Dios,
que eres mi custodio,
pues la bondad divina me ha encomendado a ti,
ilumíname, guárdame,
defiéndeme y gobiérname. 

Amén

Oración del Padre Pío al ángel de la guarda

Oh mi Ángel de la guarda, cuida mi alma y mi cuerpo. Ilumina mi mente para que pueda conocer mejor al Señor mi Dios y amarlo con todo el corazón. 

Vigílame cuando rezo para que no ceda a las distracciones de la vida. Sostenme con tus consejos para vivir como un buen cristiano y ayúdame a cumplir obras de generosidad.

Defiéndeme de los engaños del maligno y socórreme durante las tentaciones para que pueda vencer en la lucha contra el mal. 

Oh mi querido Ángel de la guarda, recito esta oración para pedirte que permanezcas siempre a mi lado y para pedirte que no ceses nunca de ser mi ángel de la guarda, hasta que no sea llamado al recinto del Señor, donde adoraremos juntos, por toda la eternidad a Dios nuestro Señor. Amén.

Oración de Santa Gertrudis a su ángel guardián

Oh Santísimo Ángel de Dios, designado por Dios para ser mi guardián, te doy gracias por todos los beneficios que me has otorgado en cuerpo y alma.

Te alabo y glorifico porque me asistes con tan paciente fidelidad y me defiendes contra todos los ataques de mi enemigo.

Bendita sea la hora en la que te asignaron como mi guardián, mi defensor y patrono mío.

En reconocimiento y en retorno por todos tus amorosos servicios para conmigo, te ofrezco el infinitamente precioso y noble Corazón de Jesús, y me propongo firmemente obedecerte de ahora en adelante, y servir a mi Dios con la mayor fidelidad. Amén.

Envía a tu ángel de la guarda a Misa

Oh Santo Ángel que estás a mi lado,
ve a la iglesia por mí,
arrodíllate en mi lugar en la Santa Misa,
donde quiero estar.

En el ofertorio, en mi lugar,
toma todo lo que soy y lo que poseo
y preséntalo como sacrificioen el trono del altar.

Cuando suene la campana de la consagración,
adorad a mi Jesús escondido en la Hostia
que desciende del Cielo con amor seráfico.

Entonces reza por mis seres queridos
y por aquellos que me causan dolor,
para que la Sangre de Jesús pueda limpiar todos los corazones
y aliviar las almas que sufren.

Y cuando el sacerdote tome la Comunión,
tráeme al Señor,
para que su dulce Corazón descanse sobre el mío
y yo pueda ser su templo.

Ora para que este Sacrificio Divino
borre los pecados de la humanidad
y luego traiga a casa la bendición de Jesús,
la prenda de toda gracia.

Amén.

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