Dice el Génesis que “por eso, el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer y pasan a ser una sola carne” (Génesis 2, 24). Jesús reafirma esto literalmente (Mateo 19, 5) y lo complementa diciendo “lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” (Mateo 19, 6). La profundidad de esta afirmación divina va más allá de declarar solo la indisolubilidad del matrimonio. Tiene implicancias prácticas que a veces no hemos reflexionado suficientemente.

El ser “una sola carne” implica (entre otras muchas cosas) que la voluntad de Dios para un matrimonio es que no hayan ni “secretos” ni “presupuestos separados” entre ambos. Cuantos esposos mantienen correspondencia privada que no comparten entre sí, determinadas “claves” o “contraseñas” desconocidas entre sí; dinero que cada quien gana y que se lo reserva para sí; etc.

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Pixabay / Dominio público

Respecto a lo primero, hace tiempo recibí un mail de una chica que me declaraba su “amor” a través de un poema, no obstante que yo ya estaba casado y ello era absolutamente público. Confieso que lo primero que se me ocurrió fue el contestar dicho mail por mi cuenta, pensando que no tenía porque preocupar a mi esposa con temas que podía manejar yo solo. Luego recordé que éramos “una sola carne” y que no debía haber ningún tema “secreto” u “oculto” entre nosotros. Así fue que le mostré el referido mail y redacté mi respuesta junto a mi esposa, pero siempre escribiendo en primera persona.

Grande fue nuestra sorpresa cuando la muchacha me respondió que el hecho que sea casado no representaba ningún problema para que pasara “algo” entre nosotros. Decidimos no escribirle más pero ella insistía e insistía. Yo tenía un concierto en Lima por esos días y la muchacha “amenazó” con asistir, ante lo cual decidimos acudir en familia y preparar un repertorio “especial” para la ocasión. Hicimos la canción “Amiga” con el testimonio CERO Kms. y una oración especial por las familias. ¡Fue suficiente! Nunca supimos a ciencia cierta si ella acudió o no al concierto. Solo sabemos que ese día desapareció de nuestras vidas.

Respecto a lo segundo, mis suegros nos dieron la azotea de su casa para que construyéramos un departamento antes de casarnos. Unimos nuestros ahorros de toda la vida y aun así no nos alcanzó para terminar de techar. Gestionamos un préstamo y logramos ponerle un techo de madera a nuestra “cabaña tres pisos más cerca al sol” como la llamara en la canción “Mi felicidad”.

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De pronto, entre los gastos de la casa y los de la boda, ambos nos dimos cuenta que como “individuos” estábamos “quebrados”, y que solo como matrimonio resultábamos perfectamente “solventes” a pesar de las deudas asumidas. Económicamente habíamos dejado de ser “dos” para convertirnos en “una sola carne”. Desde allí, todo siempre lo pusimos en común salvo los S/. 20.00 soles que suelo llevar en la billetera (y ella en su monedero) para imprevistos.

Si cumplimos la voluntad de Dios y realmente un matrimonio se convierte en “una sola carne” en todo sentido, la Palabra de Jesús que dice: “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, ya no nos sonara como una “sentencia” que Él nos impone y que hay que cumplir, sino como una “garantía” que Él nos ofrece. Es como si Él nos dijera: Si uds. se convierten en “una sola carne” yo les garantizo que vuestro matrimonio será sólido y duradero. Ninguna voluntad humana podrá separarlo.

Esto es recibir la Palabra de Dios en clave de fe y no como una obligación o imposición.

Artículo publicado originalmente por Luis Enrique Ascoy en el blog Bitácora Zanahoria

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