Cada cristiano, desde su bautismo, está llamado a la santidad. Esta es la vocación general que cada uno vive de manera particular.

Una de esas formas peculiares es la vida consagrada, que según el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) “se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia” (CIC 944).

Es decir, son personas que optan una vida exenta de posesiones personales, absteniéndose de las relaciones amorosas y obedecen al superior de su comunidad o su diócesis.

Existen muchas maneras de ser un consagrado, cada una de ellas se aplica a la historia personal de cada individuo, y se elige libremente.

El Catecismo explica detalladamente cada forma de vida consagrada:

Vida eremítica (CIC 920 – 921)

Son aquellos consagrados que viven apartados completamente del mundo, en silencio, soledad, penitencia y oración.

Son llamados eremitas, anacoretas o, popularmente, ermitaños, y no tienen superiores, su obediencia y dependencia solo son con el obispo de su diócesis.

Las vírgenes y las viudas consagradas (CIC 922 – 924)

Estas mujeres no se consagran como normalmente lo hacen las órdenes de las vírgenes.

Las órdenes guardan castidad, pobreza y obediencia. Mientras que las vírgenes consagradas solo prometen, de manera personal y no sacramental,  mantener intacta su virginidad.

La vida religiosa (CIC 925 – 927)

Son los consagrados más conocidos de la iglesia. Aquí pertenecen los sacerdotes, las monjas y los monjes.

Guardan sus votos de obediencia, castidad y pobreza. Además de una vida fraterna en una comunidad, y reglas dadas en estatutos concretos.

Institutos seculares (CIC 928 – 929)

Son aquellas personas que guardan las promesas de todo consagrado, pero viven en medio de la sociedad.

Son como cualquiera de nosotros, trabajan y tienen una profesión como cualquiera. No suelen estar en comunidad.

Su única misión es evangelizar en su vida, entregándose a esa evangelización y tener obediencia al obispo.

Las sociedades de vida apostólica (CIC 930)

Son parecidas a los institutos seculares, con la diferencia de que viven de manera comunitaria y sus promesas no son públicas.

El sello de las sociedades de vida apostólica es el apostolado.  Se entregan totalmente a la evangelización de la sociedad de manera comunitaria y con estatutos concretos.  

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