¿Qué pasa con nuestro ángel de la guarda cuando morimos?
La Iglesia nos enseña que desde el preciso momento de la concepción en el seno materno, Dios nos asigna un ángel custodio que nos acompaña toda la vida. Pero, ¿su compañía termina allí?
Durante el tiempo que tenemos de vida, no estamos solos. Nuestro ángel custodio nos acompaña las 24 hs los 365 días del años, incluso está a nuestro lado cuando dormimos.
¿Qué hace? Muchísimas cosas: aleja a los demonios, nos protege del daño, lleva nuestra necesidades a Dios… y mucho más.
Sin embargo, todo esto sucede cuando estamos vivos. ¿Pero que pasa después de la muerte?
Lo que ocurre con nuestro ángel custodio cuando morimos
Como comenta el padre Miguel Ángel Fuentes, la compañía de los ángeles no termina cuando morimos.
1. Asistencia al momento de la muerte
En primer lugar, nos asisten particularmente en la hora de la muerte, cuando más los necesitamos y nos ayudan a perseverar en la decisión final.
2. Escoltas al más allá
Pero además, según comenta el sacerdote, “es opinión piadosa de muchos teólogos que los ángeles custodios respectivos acompañan las almas de sus protegidos o custodiados al purgatorio o al cielo después que éstos mueren.
Esto ocurre de manera similar a la forma en que acompañaban las de los antiguos patriarcas al seno de Abraham; efectivamente, en la recomendación del alma después de la muerte de los fieles cantaba la Iglesia: “Salid a su encuentro, ángeles del Señor, recibiendo su alma, poniéndola en presencia del Altísimo…; Que los ángeles te lleven al seno de Abraham”.
3. Atienden la oraciones
Asimismo, se cree que cada ángel custodio atiende las oraciones de súplica dirigidas por los fieles a las almas de sus custodiados cuando éstas se encuentran todavía en el purgatorio.
4. Amigos y maestros en la eternidad
Finalmente, el ángel custodio nos acompañará eternamente en el cielo -si somos salvos- “no para protegerlos, sino para reinar con ellos” y “para ejercer sobre ellos algunos ministerios de iluminación” (Santo Tomas de Aquino, Suma Teológica)
¡Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día!
Este artículo fue publicado originalmente en el sitio Teólogo Responde.
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