La Navidad llega cada año envuelta en luces, encuentros y nostalgia. Pero, por encima de todo, llega como una oportunidad: una invitación suave y constante a volver al corazón, a reconectar con lo esencial, a encender la luz interior que nace y a veces se debilita entre las prisas y las preocupaciones cotidianas.

Este tiempo sagrado nos recuerda que la verdadera transformación no ocurre afuera, sino dentro de cada uno de nosotros, porque Cristo viene a salvarnos.

Para recorrer ese camino interior de preparación y encuentro, hay cinco actitudes que se vuelven compañeras indispensables: el agradecimiento, la escucha, la prudencia, la esperanza y la humildad.

1) El agradecimiento

El agradecimiento es el principio de toda apertura espiritual. Agradecer nos sitúa en la verdad: no somos autosuficientes, recibimos mucho más de lo que imaginamos. Cada persona que nos ha amado, cada desafío que nos ha hecho crecer, cada don que Dios nos ha dado; nos ayuda a recordar cuánto tenemos que agradecer. Cuando cultivamos el agradecimiento, el corazón se hace más sensible, más generoso, más consciente del misterio que nos rodea. Y en Navidad, agradecer es volver a ver la vida con ojos nuevos y permitir que Jesús nazca.

Pongámonos como meta agradecer por algo, todos los días, hasta Navidad, y ese día agradezcamos especialmente a Dios por hacerse hombre para venir hasta nuestro mundo y salvarnos.

2) La escucha

Escuchar no es solo oír, es abrir un espacio para que el otro exista plenamente sin ser interrumpido. Es dejar a un lado nuestras urgencias para acoger el latido, el cansancio y la alegría de quienes caminan con nosotros. También es escuchar a Dios, a sus susurros, a sus llamadas interiores. En Navidad, la escucha se convierte en una oración silenciosa que reconoce que la sabiduría se esconde en lo pequeño, en lo que sucede cuando estamos realmente presentes y dejamos a Dios actuar en nuestro corazón.

En estos días de ajetreo y actividad, separemos un momento de silencio diario para la escucha y la oración.

3) La prudencia

Es esa sabiduría serena que nos invita a elegir bien. No es miedo ni desconfianza, es permitirle a Dios y a nuestro interior participar en nuestras decisiones. La prudencia nos ayuda a discernir qué nos edifica y qué nos desgasta, qué nos acerca a la paz y qué nos aleja de ella. En un tiempo lleno de emociones, expectativas y movimiento, la prudencia nos hace caminar con pasos firmes, recordándonos que lo importante nunca hace ruido, pero sí deja huellas profundas.

En este tiempo ajetreado hagamos silencio, para poder ver con objetividad, humildad y claridad hacia dónde dirigirnos, el curso de nuestros sentimientos y la intención detrás de ellos.

4) La esperanza

El profeta Isaías nos recuerda en este tiempo que «el desierto florecerá». Esta es la intensidad de la esperanza que la Iglesia quiere infundir en nosotros. La mayoría de las veces solemos esperar aquello que parece estar al alcance de nuestra mano. Sin embargo, la verdadera esperanza es la que espera lo humanamente imposible. Debemos esperar milagros: que nuestros desiertos florezcan en una vida nueva, que el desierto de nuestras faltas y pecados reverdezca con la presencia del Salvador.

Cultivemos la esperanza de que Jesús vendrá a llenar nuestra vida si nosotros se lo permitimos. Permitámonos en estos días ilusionarnos con su nacimiento.

5) La humildad

La humildad es la luz que corona todas las virtudes. Ser humildes es reconocer que no lo sabemos todo, que no somos el centro, que siempre podemos aprender, sanar y recomenzar. La humildad nos libera de la necesidad de aparentar y nos permite vivir la Navidad con un corazón sencillo, capaz de asombrarse, de perdonar, de agradecer y de amar. Nos permite dejar que la grandeza de la vida se haga presente en nuestra pequeñez.

Sirvamos con humildad a nuestros hermanos, eso nos recordará que amar nos hace humildes.

Que esta Navidad nos encuentre dispuestos a agradecer siempre, a escuchar en el interior, a obrar con prudencia, a esperar lo imposible y a caminar con humildad.

Que el brillo que vemos afuera sea solo un reflejo del que estamos encendiendo dentro. Y que, al iluminar nuestro propio corazón, podamos también iluminar un poco el mundo.

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