Las reliquias son objetos físicos asociados directamente con los santos o con el mismo Jesús.
Los católicos las veneramos porque son instrumentos de Dios para canalizar curación y salvación.
Hay tres clases: la primera son partes del cuerpo o sangre del santo, la segunda son los objetos que el santo poseía y la tercera son objetos que el santo tocó.
El uso de reliquias para la sanación no es nuevo y el origen de esta tradición es judío (2 Reyes 13: 20-21; Mateo 9: 20-22).
Los primeros cristianos reconocían este don cuando tocaban a algún apóstol o alguno de sus objetos (Hechos 5: 12-15; Hechos 19: 11-12).
Los católicos no adoramos las reliquias por la misma razón que no adoramos a los santos: el poder de curación y salvación solo proviene de Dios mediante estos canales.
Es importante aclarar que se comete un pecado si se piensa que la reliquia fue el origen de la sanación o milagro.
San Jerónimo lo expresó de la siguiente manera:
“No adoramos las reliquias, no las adoramos, por temor a que nos inclinemos ante la criatura y no ante el creador. Pero veneramos las reliquias de los mártires para adorarle mejor a Aquel por quien los mártires son los que son” (Ad Riparium, i, PL, XXII, 907).