La experiencia de caminar nos transforma inevitablemente. Peregrinar nos permite ir humildes y dispuestos a recibir; nos permite mirar hacia adelante y sobreponernos ante la adversidad; nos permite reír y llorar al mismo tiempo.

En el camino, la vida pasa a través de nosotros, los encuentros nos cambian, la naturaleza nos acoge y en el silencio y la comunión, nos vemos obligados a releer nuestra vida, a darle un nuevo significado.

Al final del viaje nos descubrimos diferentes; no es que hayamos cambiado, seguimos siendo los mismos, pero es como si de alguna manera hubiésemos recuperado la posesión de nuestra vida.

El camino siempre es una experiencia espiritual de peregrinación. Significa caminar hacia una meta que está ante todo arraigada en nosotros mismos. El camino es la vida misma y nuestra vida es el camino.

Por eso les quiero compartir 5 cosas que descubrí, hace poco, en el Camino de Santiago:

1.  Una oportunidad de liberación

En el camino vamos ligeros, llevamos lo esencial. Para avanzar no podemos llevar con nosotros lo que de ordinario nos pesa, nos bloquea, nos consume. El viaje es una buena oportunidad para liberarnos, para despojarnos de nuestros lastres, para tomar un respiro de las cosas que nos atan.

Evitar llevar cosas se convierte en una oportunidad para aprender a pedir, a dejar que la vida nos cuide, a descubrir una providencia secretamente escondida en el orden de las cosas.

Crédito: Luisa Restrepo.

Significa aprender a no ser suficientes para nosotros mismos. Significa crear un espacio, una carencia, dentro de la cual podemos ser hospedados continuamente. Significa aprender a recibir y a agradecer.

Este espacio abierto en el interior nos permite darnos cuenta de que somos más libres cuando somos llevados, cuando confiamos, cuando aceptamos lo que somos y lo que tenemos y recordamos lo que hay en nuestro interior.

2.  La flecha amarilla

La flecha amarilla no solo señala el camino, también señala nuestro interior. En cada paso en cada cruce, en cada momento de duda aparece; pequeña, sencilla, muchas veces desapercibida, pero poderosa. La flecha es un recordatorio de que siempre hay una dirección, incluso cuando sientes que todo se detiene.

Crédito: Luisa Restrepo.

Cada vez que vemos una flecha, no solo seguimos el camino hacia Santiago, nos alineamos con algo más profundo, con nuestra voluntad, con nuestra fe, con nuestra capacidad de seguir adelante cuando todo pesa, cuando los pies duelen, cuando la mente quiere rendirse, cuando la esperanza flaquea.

El camino te da señales y en ellas descubres que nunca has estado perdido, solo necesitabas mirar con atención.

3.  Las dificultades

El camino solo se puede afrontar avanzando, si nos detenemos sucumbiremos a las cargas que no nos abandonan, esas que provienen de nosotros mismos: nuestros miedos e inseguridades.

Sin embargo, enfrentarnos a la transformación que nos pide el camino nos confronta con nosotros mismos, nos golpea y nos cambia. De una u otra manera, el ser llevados nos hace darnos cuenta de que necesitamos cambiar, convertirnos, ir hacia adelante.

Crédito: Luisa Restrepo.

El dolor de nuestros pies también se siente en el interior, a pesar de ello, no es un dolor que paraliza, es un dolor que invita a avanzar y a confiar en una Providencia y un Amor que te acompañan.

4.  Junto con otros

El viaje nunca se hace solo, siempre es una experiencia junto a otros, junto a Otro.

En el Camino compartimos, callamos, reímos y decidimos juntos. Los otros son el recordatorio constante de que necesitamos de los demás, de que no podemos solos, especialmente en los momentos de dolor, desánimo y desconfianza.

Crédito: Luisa Restrepo.

También nos acompañan las personas por las que caminamos, las que están a nuestro lado en la vida que compartimos y que se convierten en compañía silenciosa y aliento en cada paso.

5.  Releer la experiencia

Al final de esta peregrinación, al final de cada peregrinación, habrá un tiempo para releer. Debe haber un momento, al final del viaje, en el que nos detenemos a recordar la experiencia y nos vamos de nuevo. De hecho, la vida nos envía continuamente.

Crédito: Luisa Restrepo.

El camino no es más que una llamada a la vida, a continuar, a avanzar, a transformarse, a vivir con urgencia y dejarse amar en el agradecimiento y la carencia; para al final darnos cuenta, de que Dios es un peregrino que camina con nosotros y nos ama en cada paso.

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