La humildad consiste en ponernos en nuestro verdadero sitio, “andar en la verdad” como nos dijo Santa Teresa. No significa pensar que somos los últimos, sino reconocer ante Dios nuestra dependencia absoluta. De este modo, Él nos irá mostrando cuál es nuestro valor y nuestro lugar en este mundo.

Sabemos que vivirla no siempre es fácil, por eso, acá les traemos 5 claves para alcanzar esta hermosa virtud:

1. Ir a Dios

Solo el que reza es capaz de descubrirse dependiente de Dios. Esta certeza es nuestra mayor fortaleza. Nuestra confianza en que Dios puede más de lo que nosotros podemos por nuestras fuerzas, nace desde la certeza de que todo lo que somos y tenemos proviene de Él. Por eso, ir a Dios, y más aún, permanecer junto a Él, es una de las cosas que nos harán más humildes.

2. Hacerse pequeño

Si vamos por la vida con la frente demasiado alta y medio encumbrados en lugares en donde no nos toca, no nos va bien. Para encontrar nuestro lugar necesitamos agacharnos, adaptarnos a la realidad desde donde ella nos pide acercarnos. No hay modo de transformar nuestro entorno si no es agachándonos, es decir, dando desde adentro lo poco que tenemos para ofrecer. Sin abajarse, sin hacerse uno con lo débil, con lo vulnerable, no hay posibilidad de que las cosas cambien.

En la fragilidad se manifiesta el poder y la grandeza de Dios. Cuando seamos capaces de encontrarnos con nuestra propia pequeñez es que podremos ser auténticamente grandes.

3. Ser agradecidos

La gratitud es el rasgo característico de un corazón que ha sido visitado por el Espíritu Santo. La obediencia a Dios pasa por recordar todo lo que Él ha hecho por nosotros. Se trata de ejercitar nuestra memoria para darnos cuenta de cuántas cosas buenas ha hecho Dios en nuestra vida, que nada nos pertenece y que por eso todo debe ser entregado con generosidad.

4. Dar

Dar lo mejor de nosotros mismos en el reconocimiento de nuestra fragilidad. No lo hacemos con triunfalismos, lo hacemos con alegría, con confianza, con la certeza de que lo poco puesto en las manos de Jesús se transforma en algo grande. Cada ofrenda que hacemos en la vida: el minuto ofrecido a alguien que nos necesita o el trabajo de todos los días, presentado como ofrenda a Dios, siempre es multiplicado por su amor. Él hace maravillas desde nuestra fragilidad.

La grandeza no la establece la dimensión de la ofrenda ni quienes se ofrendan, sino el que toma la ofrenda. Dios hace grande nuestra poquedad.

La gracia de la humildad no depende de cuántos actos humildes hacemos, sino de cuánto lugar ocupa Dios en nuestro corazón. La humildad es fruto de la grandeza de Dios, no de que el hombre se haga pequeño. Cuando Dios es grande el hombre queda en su lugar, no hay forma de que ocupe otro.

5. Siempre volver a Dios

Y si fallamos y nos puede la soberbia, volvamos a Dios y pidámosle que nos haga humildes. Solo Él puede concedernos esa gracia. 

«Solo la humildad es el camino que nos conduce a Dios y, al mismo tiempo, precisamente porque nos conduce a Él, nos lleva también a lo esencial de la vida, a su significado más verdadero, al motivo más fiable por el que la vida vale la pena ser vivida.» (Papa Francisco, Audiencia general. 22-12-2021).
Comparte