Un día en que Jesús predicaba, alguien le avisó que estaban ahí su madre y sus parientes, y el Maestro tiene una respuesta desconcertante: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y señalando a quienes le escuchan añadió: “Estos son mi madre y mis hermanos. Todo el que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi madre y mi hermano” (Mc 3, 32-35).

Y lo dice porque su madre, María, es la mujer de la escucha. Lo vemos en el encuentro con el ángel y lo volvemos a ver en todas las escenas de su vida: en las bodas de Caná, en la visitación, en la cruz y en el día de Pentecostés.

Ella hizo que la palabra fuera más que un modo de expresarse; ella permitió que la palabra moldeara su corazón y precediera todas sus acciones. 

Por eso, queremos recordar algunos momentos en los que María vivió en plenitud lo que escuchó de parte de Dios:

1. La Anunciación:

En el momento del anuncio podemos ver ya la actitud de escucha, una escucha verdadera y dispuesta a interiorizar. María no dice simplemente "sí", sino que asimila la palabra, la acoge y la medita profundamente en el corazón.

La Palabra se hace vida en su vida cuando ella es obediente. Una palabra ya interiorizada, es decir, transformada, se convierte en Encarnación. Por su escucha y obediencia, María permitió que la Palabra pudiera hacerse carne.

2. El Magnificat:

María es realmente una mujer de escucha, que en el corazón conocía la Escritura. No solo conocía algunos textos; estaba tan identificada con la Palabra, que en su corazón y en sus labios los enunciados del Antiguo Testamento se transforman en un canto. Su vida estaba realmente penetrada por la Palabra, había entrado en ella, la había asimilado y se había convertido en su vida. Un ejemplo de esto es el Magnificat, un hermoso texto entretejido con palabras del Antiguo Testamento.

María se convierte en palabra viva porque toda ella habla de Dios. La Virgen es escucha, palabra silenciosa; pero también palabra de alabanza y de anuncio, porque en la escucha la Palabra se hace carne, y así se transforma en presencia de la grandeza de Dios.

3. La Cruz:

Al ser la Madre de Jesús, María tuvo que educarse durante toda su vida para hacer la voluntad de Dios. Ella lo sabía ya desde el día de la Anunciación, y, a través de la escucha y de la interiorización, lo hizo durante todos los acontecimientos de la vida que compartió junto a su hijo, pero lo que aún le faltaba por aprender, es que la voluntad de Dios implicaría una voluntad que la distanciaría de su hijo en vida. 

Aunque la cruz despojó a María de la presencia física de su hijo, la muerte nunca la separaría de la Palabra que llevaría grabada a fuego en su interior para siempre.

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