San Juan Evangelista fue el más joven de los doce apóstoles y es conocido como el discípulo amado. Su vida de fe nos puede ayudar a crecer espiritualmente y acercarnos al camino de la santidad.

El director del semanario Presencia de la diócesis mexicana de Ciudad Juárez, P. Eduardo Hayen Cuarón, compartió en su cuenta de X una reflexión sobre la vida de San Juan.

“Agradezcamos al Señor por la Revelación divina a través de la obra de san Juan el Evangelista, y dejémonos alumbrar por su santidad”, indicó.

El sacerdote resaltó tres lecciones sobre el discípulo amado para la vida espiritual.

1. Conocer mejor a Jesús:

A veces nos quedamos con una idea de Jesús deformada o superficial, cuando debemos mirarlo en profundidad para descubrir toda su riqueza.

San Juan toma palabras muy sencillas y las utiliza en su evangelio llevándonos a una hondura cada vez mayor. Palabras como "luz", "pan", "pastor", "hora", "vida", "vid", Juan las va relacionando de manera asombrosa y nos va llevando a nuevas riquezas en la medida en que profundiza en ellas.

Por ejemplo, empieza a hablar de pan material, y después nos va conduciendo hasta reconocer a Cristo como pan vivo bajado del cielo, capaz de satisfacer nuestra hambre más profunda.

2. Descubrir los signos de Jesús:

San Juan apóstol llama "signo" a los hechos milagrosos de Jesús, como el del agua convertida en vino, la multiplicación de los panes o la curación del ciego de nacimiento.

Abramos los ojos para reconocer los signos y milagros con los que Dios nos habla todos los días. Así no viviremos en amargura o como esclavos autómatas sino que, agradecidos por los dones del Señor, podremos vivir como hijos en la gratitud, la alegría y la paz de Dios.

3. Contemplar a Jesús:

Juan reclinó su cabeza en el pecho del Señor, lo que nos invita a vivir una vida en la contemplación del misterio de Cristo.

Mientras vivimos en la tierra tenemos mucho que hacer para dar de comer al hambriento y visitar al enfermo; pero en el Cielo eso habrá terminado y sólo quedará la contemplación gozosa y exultante del misterio de Dios en su plenitud. En la vida futura ya no daremos de comer, sino que seremos alimentados y recibiremos eternamente el agua de la vida.

El gran deseo de Cristo es que hoy seamos misericordiosos con los hermanos pero con Cristo mismo habitando en el interior de nuestras almas. 

¡Sigamos el ejemplo de San Juan!

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