Descendió a los infiernos“: esa frase la pronunciamos cada domingo cuando recitamos el Credo. Pero, ¿qué significa? ¿Qué hizo Jesús entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección?

La última frase que Cristo pronunció en la Cruz fue “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Luego de este acto dejó el mundo. Pero sabemos por el Catecismo de la Iglesia que, antes de resucitar, Jesús bajó a la morada de los muertos donde se encontraban quienes estaban privados de la visión beatífica (CIC 633).

¿Qué infiernos?

La palabra “infiernos”, entendida en un sentido amplio, refiere a los tres “lugares inferiores” (aunque no son sitios sino estados). Por un lado el infierno propiamente dicho, lugar de los condenados. Por otro, al purgatorio, donde se purifican las almas mientras esperan la visión beatífica. Finalmente, el tercer lugar al que remite “infiernos” es al “seno de Abraham” o “Limbo de los Padres”, donde los justos del Antiguo Testamento esperaban la Redención.

Es a este último sitio donde Cristo descendió antes de resucitar. Pero la bajada no debe entenderse como un movimiento espacial, sino que Jesús se reveló a los justos de todos los tiempos y de todos los pueblos, que murieron en estado de unión con Dios y sin pecado. Estas almas no podían acceder a la visión de Dios porque nadie podía abrir las puertas del Cielo sino el mismo Cristo. Por eso descendió hasta donde estaban para liberarlos (Michael Schmaus, Teología dogmática).

Otra forma en que Jesús se hizo presente

Santo Tomás de Aquino menciona dos maneras de presencia de Cristo en los infiernos. Por los efectos que produjo la redención que operó por su sacrificio, Jesús, de alguna forma, se manifestó en todos los infiernos, pues los condenados por toda la eternidad se convencieron de su incredulidad y malicia, y los detenidos en el purgatorio recibieron la esperanza de alcanzar la gloria.

Pero, esencialmente, y esta es la segunda manera de hacerse presente, Jesucristo descendió donde estaban detenidos los justos de todos los tiempos, es decir, al “seno de Abraham” (Suma Teológica, Parte III).

El premio de quien ama es encontrarse con el amado, ¡Jesús, vamos a tu encuentro!

Síguenos también en:

Telegram
Instagram
Twitter

[Ver: La razón por la que el Cura de Ars fue el santo más odiado por el demonio]

[Ver: “Necesitamos nuestra Iglesia de regreso”, la propuesta de un sacerdote para superar la pandemia]

Comparte