Mientras Jesús estaba en la cruz dijo siete palabras, es decir, siete frases que nos revelan una dimensión más profunda de su entrega.

Cada una de estas frases invita a una meditación especial y a la oración. Por eso en este artículo te compartimos unas breves meditaciones del Papa Benedicto XVI sobre las siete palabras que Jesús pronunció en su agonía en la cruz.

Cada una de ellas está acompañada con una oración tomada del sitio Devocionario Católico para que puedas rezar con tu familia y reflexionar sobre este sacrificio de Cristo que nos trajo la salvación.

Primera Palabra:

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)

Créditos: Dominio público.

Meditación: “Lo que el Señor había predicado en el Sermón de la Montaña, lo cumple aquí personalmente. Él no conoce odio alguno. No grita venganza. Suplica el perdón para
todos los que lo ponen en la cruz y da la razón de esta súplica: ‘No saben lo que hacen’.

La ignorancia atenúa la culpa, deja abierta la vía hacia la conversión. Pero no es simplemente una causa eximente, porque revela al mismo tiempo una dureza de corazón, una torpeza que resiste a la llamada de la verdad” (Jesús de Nazareth, Segunda Parte, p.184) .

Oración: Jesús amado, que por amor mío agonizaste en la cruz, a fin de pagar con tus penas la deuda de mis pecados, y abriste Tu divina boca para obtenerme el perdón de la justicia eterna: tenen piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima Sangre derramada por nuestra salvación, concédenos un dolor tan vivo de nuestras culpas que nos haga morir en el seno de Tu infinita misericordia.

Tres Gloria.

Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.

Dios mío, creo en Ti, espero en Ti, te amo y me arrepiento de haberte ofendido con mis pecados.

Segunda Palabra:

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43)

Créditos: Dominio público.

Meditación: “Jesús sabía que entraba directamente en comunión con el Padre, que podía prometer el paraíso ya para «hoy». Sabía que reconduciría al hombre al paraíso del cual había sido privado: a esa comunión con Dios en la cual reside la verdadera salvación del hombre. Así, en la historia de la espiritualidad cristiana, el buen ladrón se ha convertido en la imagen de la esperanza, en la certeza consoladora de que la misericordia de Dios puede llegarnos también en el último instante” (Jesús de Nazareth, Segunda Parte, p.190).

Oración: Jesús amado, que por amor mío agonizaste en la cruz y que con tanta prontitud y liberalidad correspondiste a la fe del buen ladrón que te reconoció por Hijo de Dios en medio de tus humillaciones, y le aseguraste el Paraíso: ten piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de vuestra preciosísima Sangre, haz que reviva en nuestro espíritu una fe tan firme y constante que no se incline a sugestión alguna del demonio, para que también nosotros alcancemos el premio del santo Paraíso.

Tres Gloria.

Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.

Dios mío, creo en Ti, espero en Ti, te amo y me arrepiento de haberte ofendido con mis pecados.

Tercera Palabra:

“He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre” (Jn 19, 26)

Créditos: Dominio público.

Meditación: “La Iglesia antigua, basándose en el modelo de la «personalidad corporativa» —según el modo de pensar de la Biblia—, no ha tenido dificultad alguna para reconocer en la mujer, por un lado, a María en sentido del todo personal y, por otro, para ver en ella, abarcando todos los tiempos, a la Iglesia esposa y Madre, en la cual el misterio de María se prolonga en la historia” (Jesús de Nazareth, Segunda Parte, p.198).

Oración: Jesús amado, que por amor mío agonizaste en la cruz y olvidando tus sufrimientos nos dejaste en prenda de tu amor a tu misma Madre Santísima para que por su medio podamos recurrir confiadamente a Ti en nuestras mayores necesidades: ten piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por el interior martirio de una tan amada Madre, reaviva en nuestro corazón la firme esperanza en los infinitos méritos de tu preciosísima Sangre, a fin de que podamos evitar la eterna condenación que tenemos merecida por nuestros pecados.

Tres Gloria.

Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros.

Dios mío, creo en Ti, espero en Ti, te amo y me arrepiento de haberte ofendido con mis pecados.

Cuarta Palabra:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46)

Créditos: Dominio público.

Meditación: “No es un grito cualquiera de abandono. Jesús recita el gran Salmo del Israel afligido y asume de este modo en sí todo el tormento, no sólo de Israel, sino de todos los hombres que sufren en este mundo por el ocultamiento de Dios. Lleva ante el corazón de Dios mismo el grito de angustia del mundo atormentado por la ausencia de Dios” (Jesús de Nazareth, Segunda Parte, p.191).

Oración: Jesús amado, que por amor mío agonizaste en la cruz y que, añadiendo sufrimiento a sufrimiento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con infinita paciencia la más penosa aflicción de espíritu a causa del abandono de tu eterno Padre: ten piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de tu preciosísima Sangre, concédenos la gracia de sufrir con verdadera paciencia todos los dolores y congojas de nuestra agonía, a fin de que, unidas nuestras penas a las tuyas, podamos después participar de tu gloria en el Paraíso.

Tres Gloria.

Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.

Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.

Quinta Palabra:

“Tengo sed” (Jn 19, 28)

Créditos: Dominio público.

Meditación: “El lamento de Dios, que oímos en el canto profético, se concreta en esta hora en que al Redentor sediento se le ofrece vinagre. Así como el canto de Isaías manifiesta el sufrimiento de Dios por su pueblo «Esperaba que diera uvas, pero produjo agraces» (Is 5,2), más allá de su momento histórico, así también la escena de la cruz sobrepasa la hora de la muerte de Jesús.

No sólo Israel, sino también la Iglesia, nosotros, respondemos una y otra vez al amor solícito de Dios con vinagre, con un corazón agrio que no quiere hacer caso del amor de Dios. «Tengo sed»: este grito de Jesús se dirige a cada uno de nosotros” (Jesús de Nazareth, Segunda Parte, p.195).

Oración: Jesús amado, que por amor mío agonizaste en la cruz y que, no saciado aún con tantos vituperios y sufrimientos, quisiste sufrirlos todavía mayores para la salvación de todos los hombres, demostrando así que todo el torrente de Tu Pasión no es bastante para apagar la sed de tu amoroso Corazón: ten piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de Tu preciosísima Sangre, enciende tan vivo fuego de caridad en nuestro corazón que lo haga desfallecer con el deseo de unirse a Ti por toda la eternidad.

Tres Gloria.

Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.

Dios mío, creo en Vos, espero en Vos os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.

Sexta Palabra:

“Todo está consumado” (Jn 19,30)

Créditos: Dominio público.

Meditación: “Jesús ha cumplido hasta el final el acto de consagración, la entrega sacerdotal de sí mismo y del mundo a Dios (cf. Jn 17,19). Así resplandece en esta palabra el gran misterio de la cruz. Se ha cumplido la nueva liturgia cósmica.

En lugar de todos los otros actos cultuales se presenta ahora la cruz de Jesús corno la única verdadera glorificación de Dios, en la que Dios se glorifica a sí mismo mediante Aquel en el que nos entrega su amor, y así nos eleva hacia Él”  (Jesús de Nazareth, Segunda Parte, p.199).

Oración: Jesús amado, que por amor mío agonizaste en la cruz y desde esta cátedra de verdad anunciaste el cumplimiento de la obra de nuestra Redención, por la que, de hijos de ira y perdición, fuimos hechos hijos de Dios y herederos del cielo; ten piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de Tu preciosísima Sangre, ayúdanos a desprendernos por completo así del mundo como de nosotros mismos; y en el momento de nuestra agonía, danos gracia para ofrecerte de corazón el sacrificio de la vida en expiación de nuestros pecados.

Tres Gloria.

Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.

Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.

Séptima Palabra:

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46)

Créditos: Dominio público.

Meditación: “Al mismo tiempo, Jesús, que en el momento extremo de la muerte se abandona totalmente en las manos de Dios Padre, nos comunica la certeza de que, por más duras que sean las pruebas, difíciles los problemas y pesado el sufrimiento, nunca caeremos fuera de las manos de Dios, esas manos que nos han creado, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la vida, porque las guía un amor infinito y fiel” (Audiencia General, febrero 2012).

Oración: Jesús amado, que por amor mí agonizaste en la cruz, y que en cumplimiento de tan grande sacrificio aceptaste la Voluntad del Eterno Padre al encomendar en sus manos Tu espíritu para enseguida inclinar la cabeza y morir: ten piedad de todos los fieles agonizantes y de mí en aquella hora postrera; y por los méritos de Tu preciosísima Sangre, bríndanos en nuestra agonía una perfecta conformidad a con Tu divina voluntad, a fin de que estemos dispuestos a vivir o a morir según sea a Ti más agradable; y que no sepamos nada más que por el perfecto cumplimiento en nosotros de Tu adorable voluntad.

Tres Gloria.

Tened piedad de nosotros, Señor, tened piedad de nosotros.

Dios mío, creo en Vos, espero en Vos, os amo y me arrepiento de haberos ofendido con mis pecados.

Estas son las siete palabras de Jesús en la cruz, ¡Señor, en Ti confiamos!

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